Con la sensación de alivio que provoca la convincente victoria del Athletic ante el Valladolid, fraguada con los estupendos goles de Aduriz (de sagacidad y oficio) y Susaeta (de artista), me vino a la cabeza la imagen de Fernando Lamikiz, aquel presidente que pasó a la historia rojiblanca por su nefasta gestión. Quedó sobre todo marcado por el ridículo espantoso que hizo con el asunto de Iban Zubiaurre, pero ahora merece que su zarandeada figura reciba un reconocimiento reparador por la determinación y riesgo que asumió con el fichaje en el año 2007 de un mocete de 17 años pagando a Osasuna seis millones de euros, pues lo que parecía otra excentricidad del susodicho mandatario ha eclosionado con el tiempo en una de las operaciones más fantásticas y lucrativas de la historia del balompié mundial.
El fútbol tiene mucha memoria, y tirando de la misma nos encontramos al personaje que ha hecho posible que Javi Martínez vista desde ayer con la zamarra del Bayern: el contumaz Jupp Heynckes, quien en su primera etapa como entrenador del Athletic (1992-1994) quedó tan prendado por lo que consideró carácter especial de los futbolistas navarros que cuando Patxi Rípodas colgó entonces las botas solicitó al club bilbaino mantenerle en su seno formando parte del cuerpo técnico de Lezama, como si fuera recia simiente de fruto exquisito.
Gastar 40 millones de euros por un defensa, por muy bueno que sea, suena a barbaridad, así que le vaya bonito al jugador de Aiegi, que se ha despedido a la francesa, es decir, con un ahí os quedáis y si te he visto ni me acuerdo, lo cual tampoco es nuevo, porque tampoco le sobraron escrúpulos cuando optó por dejar Osasuna en busca de mejora económica y deportiva al amparo de San Mamés y su abolengo.
Es la ley del fútbol: el pez grande se come al chico, pero la cadena trófica prosigue y siempre aparece otro pez aun más grande y glotón.
Liquidado el contencioso con una porrada de millones en la saca rojiblanca, conviene que los inquilinos de Ibaigane anden con tiento, recuerden escarmientos anteriores y eviten en lo posible hacer el primo (como se hizo con Zubiaurre, Loren, Roberto Ríos...), que luego nos sacan cantares y con razón.
Persiste una segunda espina clavada en el orgulloso corazón rojiblanco que sigue provocando sangre y furor, así que al socaire de la reconfortante victoria del Athletic, macerada en ausencia de su robusta columna vertebral (sin Amorebieta, Javi Martínez, Ander Herrera y Fernando Llorente), desfoguémonos con frenesí antes de entrar en fundamentos y apelar al sentido común.
Será hipócrita el tío, y qué poca noción de la ética y la decencia tiene, el hombre, pues después de repetir hasta la saciedad que su deseo era seguir en el Athletic resulta que todo era mentira gorda. Una persona así es que ni merece la pena.
Dicho lo cual, pongámonos en faena, y hasta que el apolíneo (y falsario) delantero riojano mude sus aposentos, ¿qué hacemos con él?
¿Mantenerle en la suplencia, desperdiciando de mala manera su talento y capacidad goleadora?
Realicemos por un momento un tenaz ejercicio de abstracción: Con la tesorería rebosante, ¿en qué jugador merece la pena invertir el maná bávaro? Yo apuesto por uno, y la operación puede resultar barata, y muy rentable, en comparación con las disparatadas cantidades que están pidiendo por Beñat, Monreal o Raúl García, tres de los futbolistas que más suenan para reforzar al Athletic. Efectivamente, se trata de Fernando Llorente. El individuo, en realidad, cuando decía que su deseo era ligar su futuro con el Athletic obvió añadir que a cambio de más dinero (al fin y al cabo ¿qué supone ahora darle el millón más que pedía teniendo 40 calentitos y disponibles en cartera?). Y también obvió añadir que reclama semejante dineral porque es un profesional y por tanto sobran los romanticismos vacuos; su caché internacional así lo dispone y sobre todo porque lo requiere para la fundación que piensa montar en favor de los niños macilentos de Calcuta, ¿o me equivoco, Fernando?
Y ya, de paso, al calor del sosegante triunfo alcanzado ¡uff! frente al Valladolid podrían intentar de una puñetera vez recobrar el diálogo, la amistad, el buen talante y la sintonía tanto Josu Urrutia como Marcelo Bielsa, más que nada porque están en el mismo club y representan a una afición incandescente, que se las había prometido tan felices...