A la espera de los nuevos héroes deportivos que saldrán de los Juegos Olímpicos de Londres, ya se sabe que pasarán a la historia por ser los primeros en los que todos los países participantes, en número de 204, tendrán representación femenina, tal y como exige la carta del Comité Olímpico Internacional (COI), donde se establece que el deporte es un derecho de todos y prohíbe la discriminación por razones de género en las prácticas deportivas.

El Ministerio de Educación de Arabia Saudí sin embargo niega a las niñas la posibilidad de recibir educación física en las escuelas del Estado siguiendo las directrices impuestas por los clérigos, muchos de los cuales repudian los deportes femeninos por considerarlos una "escalera del diablo" que conduce a la corrupción moral.

Al parecer, los curas saudíes ha recibido un duro revés, pues la monarquía que reina en aquel ultraconservador reino árabe se han soltado el pelo y consentido que las mujeres puedan formar parte del equipo olímpico, cediendo a las presiones internacionales y después de que Catar y Brunei, los otros dos estados que jamás habían incluido a muchachas, rompieran también con el tabú. Ya solo falta que las dejen conducir un automóvil, por ejemplo, uno de tantos hechos discriminatorios que todavía padecen por razones de sexo.

Ahora bien. Tanto la judoca Wojdan Shaherkani como la atleta Sarah Attar, las dos deportistas elegidas, deben competir con el velo cubriendo sus cabezas, además de vestir con modestia en la Villa Olímpica, ir acompañadas por un tutor varón y no mezclarse con hombres. La Federación Internacional de Atletismo no pone objeción alguna, pero sí la de judo por estrictos motivos de seguridad, según sus estatutos.

Wojdan Shaherkani entrará en acción el próximo jueves y su padre ya ha avisado, amparado por la representación saudí, que no consentirá que su hija, de 16 años, participe sin el correspondiente hiyab.

¿Triunfará la lógica y el sentido común? ¿Se impondrá el absurdo y excluyente rigorismo?

La aventura de Wojdan se ha convertido por su trascendencia sociológica en uno de los referentes de los Juegos Olímpicos de Londres, que arrancó el pasado viernes con un potente ceremonial cargado de simbolismos y alegorías. Los británicos exhibieron melancólicas estampas de su campiña o la revolución industrial y sus consecuencias para la humanidad, pero también la lucha de las mujeres por el derecho al voto, reconocido en Gran Bretaña en 1918. Arabia Saudí lo hizo el pasado año y entrará en vigor en 2015, aunque solo para los comicios municipales.

Curiosa fue la estampa de la reina Isabel II mirándose las uñas con imperial indiferencia mientras el estadio rugía con la salida al escenario del equipo británico. Impactante resultó la imagen quebrantada del gran Muhammad Alí junto a la bandera olímpica, transportada hacia el mástil por las manos de prohombres de la causa humana como el director judío Daniel Barenboim, la Nobel de la Paz liberiana Leymah Gbowee, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon o la combativa ecologista brasileña Marina Silva.

Al instante, la solemnidad del momento transmutó radicalmente de signo. Una cuadrilla de bigardos militares británicos tomó la bandera olímpica, el símbolo de la paz, para encargarse de la protocolaria izada. Los Juegos Olímpicos mostraron entonces la gran paradoja que encierran: mucho civismo y canto a los derechos humanos, pero la bandera se entrega en custodia a los señores de la guerra.

Está en su médula. Los Juegos surgieron en la antigua Grecia para promover la tregua en la batalla, y por eso el programa olímpico acoge en su seno fusiles, pistolas, arcos, flechas o la lucha cuerpo a cuerpo sobre el tatami. El espíritu amateur impregna su ADN y sin embargo compiten los profesionales más avezados de cada disciplina, salvo en el fútbol, donde la FIFA fijó límites para poner en salvaguardia el negocio de su Mundial, y se reparten suculentos premios por las medallas.

Y sobre todo se rige por las solemnes palabras pronunciadas por el marqués de Coubertin, padre del olimpismo moderno, en el discurso con el que fueron inaugurados los JJ. OO. de 1908, también en Londres: "Lo más importante (....) no es ganar sino participar, porque lo esencial en la vida no es lograr el éxito sino esforzarse por conseguirlo". "¡Un cojón!", gritó Luis Milla, entrenador de la selección española de fútbol tras perder también con Honduras y quedar eliminada ofreciendo al mundo entero una patética imagen antideportiva. De pura esencia antiolímpica.