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El asunto

El asuntoFoto: afp

DIcen que en el pasado tuvo problemas con la bebida y que por eso no posó junto a sus compañeros del Sky con la tradicional copa de champán camino de París y la gloria, convertido en el primer británico que gana el Tour de Francia, la carrera ciclista por excelencia, en cuya densa liturgia de titanes y epopeyas el rastro british sólo se encontraba reflejado en la fatalidad, con la muerte de Tom Simpson subiendo el Mont Ventoux en 1967.

La víspera de culminar su hazaña con su espléndida exhibición en la contrarreloj del sábado, Bradley Wiggins se saltó por segunda vez la obligación de comparecer ante la prensa, harto, según argumentó, de que siempre le pregunten sobre el dopaje. Curiosa respuesta para un tipo heterodoxo, que lo mismo responde que "preferiría bailar un break dance con el presidente de la República" francesa, François Hollande, antes que escuchar el himno británico en los Campos Elíseos, que decide no brindar con champán por el éxito bien cobrado, como si estuviera embebido por la más estricta moral victoriana y además ejerciera de vicario general de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

En cierto modo Wiggins ha aprovechado su gran triunfo deportivo para ejercer de sutil vende Biblias, pues a la vez que clama contra los insidiosos periodistas por preguntarle en demasía sobre el asunto (el dopaje) se presenta como un monje templario impartiendo mamporros y doctrina. Cuando le cuestionaron si la manifiesta superioridad del Sky había convertido el Tour en una carrera aburrida, Wiggins respondió que quienes piensan eso "quizás están más interesados en el mundo de las drogas", además de recordar los tiempos "imposibles hoy en día"de Pantani, capaz de atacar en lo más duro de un puerto y mantener una vertiginosa cadencia de pedalada durante 20 minutos.

El asunto (el dopaje) forma parte del ritual que acompaña al Tour, especialmente en el día de descanso, momento que suele elegir la Unión Ciclista Internacional (UCI) para anunciar algún positivo de alcance mediático, para que así la notica llene con su negro manto la jornada. El positivo de Frank Schleck por el diurético xipamide vino a corroborar otra siniestra estadística del Tour: Desde la edición de 1993, en la que ganó el gran Miguel Indurain escoltado por el suizo Tony Rominger y el polaco Zenon Jaskula, en todos los años siguientes siempre hubo un ciclista que subió al podio y después fue desposeído de títulos y honores por dar positivo. Incluidos ganadores tan notables como el difunto Pantani, Ullrich, Riis, Landis o Alberto Contador.

En consecuencia, y según esta despiadada estadística convertida en norma, ¿a quién le tocará esta vez?

¿Al italiano Vincenzo Nibali?, tercero en la general. ¿Quizá a Christopher Froome?, que en la decimoséptima etapa, camino de Peyragudes, ofreció un recital gestual digno de encomio para demostrar al mundo su poderío físico, que si no ganaba el Tour era porque no le daba la gana y por obediencia debida al Sky, el equipo que le paga.

O a lo peor es el mismísimo Bradley Wiggins, elocuente cruzado contra el asunto.

Mientras este Tour desgranaba esfuerzos y esencias hemos sabido más datos sobre el proceso por dopaje sistemático que pesa sobre Lance Armstrong, el campeón más genial de todos los tiempos que está a un paso de tirar a la basura su figura legendaria y enfundarse el traje de tramposo descomunal.

También, el pasado viernes, el Consejo de Ministros aprobaba la nueva ley antidopaje, que endurece las sanciones e intenta poner freno, tarde y mal, a todos aquellos que dudaron y dudan sobre la limpieza de los deslumbrantes éxitos internacionales alcanzados por el deporte español al amparo de una legislación demasiado laxa y poco rigurosa (¿recuerdan los guiñoles de Canal Plus Francia cuestionando con sátira rotunda las proezas de Nadal, Gasol o la selección española de fútbol y que tanta indignación provocaron?).

Y precisamente ahora podrá volver a competir Alberto Contador cumplida su sanción, que también le desposeyó del Tour del 2010 por haber dado positivo de clembuterol durante la segunda jornada de la competición, en la cual tuvo la desdicha de comerse un sabroso chuletón con label vasco pero contaminado, según alegó, y cuya prueba fundamental desgraciadamente acabó sin defensa posible y en el sumidero en cuanto el bravo ciclista madrileño tiró de la cadena pleno de satisfacción una vez cumplido el ciclo cotidiano de la supervivencia.