Los tiempos muertos
lOS responsables y curritos de los diarios deportivos y en general los programas entregados al fenómeno futbolístico las pasan canutas para llenar páginas y espacios con fundamento, huérfanos como están de competición. Hace unos años, en tiempos de la burbuja televisiva, que también la hubo, al hincha se le entretenía con el desmadre de los fichajes, tantos y tan extraños que no provocaba asombro que por cualquier simple esforzado de la ruta balompédica se pagaran precios inconcebibles hoy en día. (¿A que más de uno se ha acordado de los 2.000 millones que abonó el Athletic por Roberto Ríos en 1997, récord hasta entonces en el mercado estatal?).
Aquella marabunta de traspasos, de compraventa descarriada de paquetes, provocó a su vez una inercia imparable en la cual se involucraron Gobiernos autonómicos y Ayuntamientos (un trozo del enorme pastel de la deuda que arrastran se debe a este disparate): Inversión en demagogia barata al grito de ciudadanos, ¡salvemos a nuestro equipo!
Resulta que las instituciones públicas acumulan un pufo desorbitado y los clubes, solo con la Hacienda pública, mantienen una deuda de 752 millones; y una veintena se han tenido que acoger a la Ley Concursal en los últimos años para soslayar la quiebra total.
A lo que iba, es decir, a ninguna parte, donde los fichajes de relumbrón brillan por su ausencia por falta de dinero, y cualquier noticia de calado, como la que montó Marcelo Bielsa a causa del estado en el que se encontró las obras de Lezama, adquieren una dimensión universal.
En este lapso entre la Eurocopa y los Juegos Olímpicos de Londres; entre la temporada 2011-12 y la 2012-13, sin fichajes de campanillas, el rumor se convierte en el amo del cotarro y mira por dónde nuestro Javi Martínez, aprovechando que estaba desaparecido por vacaciones, se transformó en capitán general.
Durante una semana, el fenómeno recorrió todos los vericuetos de la especulación. Supimos al respecto sobre las ventajas de la Hacienda vizcaina (21%) con respecto a la catalana (56%), una correlación nada baladí, pues enseguida se entró en otra dimensión de esta historia especulativa, que si el Barça pedía una rebaja de su ficha, como hizo con Cesc Fàbregas para compensar lo mucho que pedía el Arsenal, o traspasar a Afellay y Adriano para hacer caja y mitigar en lo posible la bárbara operación: 40 millones de euros de la cláusula de rescisión que, con el nuevo IVA de Mariano Rajoy, dispara la operación a casi 50 millones, y a los 80 millones se va si sumamos el sueldo previsto para el jugador.
Un precio de superstar, tan desorbitado que sorprende la machaca al respecto; la vuelta una y otra vez sobre el asunto de los mass media, mayormente afincados en Catalunya y Madrid, por falta de otra cosa más sustancial, y por falta del presunto quien, de súbito, irrumpió en tan alegre teatrillo el pasado jueves para decir en Antena 3: "Me veo en el Athletic hasta 2016", aunque en realidad también dijo (mirada fija a los periodistas atribulados): almas de cántaro, en qué cabeza hueca cabe pensar que el Barça, Bayern o el Real Madrid puedan pagar tal desafuero de dineros por alguien como yo.
Sin embargo, al día siguiente, el Sport titulaba: Javi Martínez no niega su deseo de fichar por el Barça, y vuelta a empezar...
Pero si Javi Martínez cubre por exceso el agujero oscuro del paréntesis futbolístico nuestro otro campeón, Fernando Llorente, acumula kilómetros de rumor por defecto.
Sentadas las mismas bases de firmeza por parte del club (Javi Martínez no se va, salvo si él quiere y alguien paga la cláusula de rescisión; la cifra límite para la renovación de Llorente alcanza los 4,5 millones libres de impuestos y no va más), nada se sabe del apolíneo delantero al respecto, luego sigue pensándolo, o simplemente agota lindamente sus vacaciones y tiempo habrá después.
En caso de aceptar, bastante bueno es lo que recibirá para los tiempos que corren, los méritos acumulados y el club que le cobija. Pero de lo contrario, mejor que se marche con la música a otra parte. Porque hay un recambio como Aduriz, que ya mete goles e hizo todo lo posible por fichar por el club de sus amores. Porque, de seguir el año que le queda, será señalado como desafecto a la causa rojiblanca y por codicioso. Si falla, le llamarán pesetero, y probablemente habrá quien le grite español con furia y desdén, pues él, con todo su derecho, va de riojano y español por la vida, porque todo eso (el amor-odio) anida en la farándula del balón. En resumidas cuentas. Lo que es una solución se puede convertir en un serio problema.