rescate es la palabra de moda. Y todo por el empeño de Rajoy y sus ministros de evitar su mención como si de un maleficio se tratase. Huir de la realidad es escapar de las palabras que la describen: cáncer, muerte, paro, desafecto, soledad, pobreza? Rescate es a Rajoy lo que crisis fue a Zapatero, humildes sustantivos que, por negarlos, se han convertido en sus más feroces enemigos. Con la realidad lo único inteligente que podemos hacer es gestionarla sin temor, pactando con ella una existencia soportable. Exactamente la estrategia opuesta a la que los responsables de comunicación del rey de España han emprendido para salvar el prestigio social de un monarca cojo sin remedio, pero con padecimientos mucho peores.

Los ejecutivos de Zarzuela han requerido a las cadenas de televisión no exhibir la cojera del jefe del Estado, por lo que deben optar imperativamente por imágenes estáticas del rey, planos dinámicos de rodillas para arriba y escenas lejanas del renqueante soberano. Exigen a la tele un rey irreal y saludable, manipulado. ¿Un gesto de compasión hacia el anciano? Nada de eso. El objetivo es evitar que la imagen de su declive físico se asimile a la decadencia monárquica, después de que se conociesen las aventuras paquidérmicas en estos tiempos de miseria, unidas a negocios inconfesables y el probable encubrimiento de las fechorías del yerno. A esta operación cosmética de rescate del rey le llaman el reyscate.

¿Acaso el deterioro natural afecta a la reputación pública? Algunos teóricos de la comunicación creen que sí; pero para desmentirlos están el superministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, que se pasea en silla de ruedas por la Eurozona, y José Javier Esparza, que con un parche en el ojo presenta un magazine en Intereconomía. Quizás las precariedades nos hacen más dignos. Hay cojos ilustres, como el Dr. House y Lord Byron. Y gracias a la miopía y la presbicia usamos gafas, esa prótesis cristalina que enaltece nuestra cara. Pero el problema del rey no son los andares, sino sus andanzas.