tener razón, o aspirar a poseerla, es para algunos cuestión de decibelios. Y para acreditar sus argumentos frente a otros alzan la voz en grito. O suben el volumen de la megafonía. Esta es también la pauta de TVE para combatir a los rebeldes del sistema y por eso, de nuevo, ha optado por responder con decibelios a la lógica de la protesta contra el simbolismo del himno español en la final de Copa. Si en 2009 la TVE de Zapatero eligió censurar la general pitada, este año la TVE de Rajoy ha preferido elevar el volumen del himno y reducir al mínimo el sonido de la melodía festiva de la rechifla. Y así ha inducido a los espectadores a creer que en el estadio apenas hubo rechazo y que, antes de que el Athletic saliera derrotado, los silbidos habían perdido ante la Marcha Real, cuando los que estábamos in situ, incluidos los demás medios de comunicación, constatamos que la pitada venció por goleada. Otra vez, TVE ha amañado la realidad y hace honor a su negra trayectoria, que va de portavoz de la dictadura a altavoz de la infamia.
Desde el punto de vista de la veracidad informativa la actuación de TVE, absolutamente calculada, es de una gravedad extrema: ofende a la certeza de los hechos y destruye la dignidad de la profesión periodística. Desde la perspectiva democrática no es menos oprobioso: es una agresión al derecho social a una información inequívoca y la ruina de la imparcialidad de los medios públicos. Aún peor, equivale a considerar estúpidos a los ciudadanos y sostener una cierta tutela despótica.
TVE ha conseguido por vía decibélica lo que Esperanza Aguirre pretendía manu militari. Si la jefa de Madrid quería prohibir la final vascocatalana, TVE ha logrado prohibir la realidad. ¿Por evitar la ofensa a los sentimientos patrios? No, para no exponer una verdad insoportable y que la opinión internacional vea -y escuche- que Euskadi y Catalunya no se sienten identificados con España y manifiestan ruidosa y airadamente su desafección al rey y su heredero. Es esta sencilla verdad la que ofende, no la gran silbada.