Malos vientos de Oriente
En la penúltima jornada liguera no se resolvió ninguna situación pendiente, salvo que el Valencia amarró la tercera plaza, que le da acceso directo a la próxima edición de la Liga de Campeones para más honra de Unai Emery, su técnico, a quien en premio por cumplir el objetivo marcado le echan del club con cajas destempladas. Dicho así, sin entrar en honduras, provoca el asombro: estos hinchas están locos. A Joaquín Caparrós le despidieron el pasado curso de San Mamés con una sonora pitada después de haber clasificado al Athletic en sexta posición, encomiable logro, sin duda. Un año después, los mismos feligreses imploraban a coro: ¡Marcelo, quédate!, pasando por alto y olímpicamente el noveno puesto que ahora ocupa.
El destino llevó a Caparrós hasta una breve y rocambolesca aventura en el Neuchatel Xamax suizo; y después al Mallorca, un equipo recosido a costurones de recio esparto por imposición de la Ley Concursal y que todavía aspira a clasificarse para la Champions, toma castaña ahí queda eso, en la última jornada.
A Caparrós le jaleó la afición bermellona y sus jugadores le mantearon con ganas en reconocimiento y señal del buen trabajo, y con parecido ímpetu zarandearon a Pep Guardiola en el Camp Nou como parte de un ceremonial sacramental, no en vano el muchacho de Santpedor ha decidido retirarse en algún remoto paraíso para meditar sobre la naturaleza humana y las bajezas del fútbol. El caso fue que el gran Pep deja a los culés huérfanos de sí mismo, pues el hombre ha decidido ascender a los cielos en vida, aunque mientras se elevaba entre el clamor de los feligreses blaugrana pronunció un profético ¡¡volveré...!!, como hacen los grandes paladines de novela.
La despedida de Guardiola sonó a un hasta luego en el coliseo barcelonista, y entre tanto embelese y seducción los cuatro goles de Messi al Espanyol parecían salvas de honor en vez de perdigonazos para cazar pericos con saña, y nadie se acordaba de que el Real Madrid había ganado la Liga, y menos que Cristiano Ronaldo no podía con la envidia, consternado por la capacidad de El Pulga de abstraerse emocionalmente y seguir machacando porteros poniendo esa cara de niñón.Con una jornada abigarrada, con diez partidos concentrados a la misma hora, saltaba como chispas la emoción que encierra el fútbol: lo mismo el Sporting y el Zaragoza estaban en Segunda que regresaban al borde del precipicio por un golpe del destino, o porque en otro campo un brasileño de buen cumplir había marcado un gol en el último minuto. El Atlético de Madrid invocaba la leyenda del Pupas, pero acabó ceñido al espíritu luchador (y matón) de Diego Pablo Simeone. Hasta Osasuna se supo en la Europa League a costa de una abúlica Real Sociedad, y luego resulta que no, que le queda grande el asunto, como al Levante del sabio JIM, que chupó en Mallorca de su misma medicina, refinada en el alambique mágico de Caparrós.
La espera
Sólo un lugar fue ajeno a tanto bullicio, sofocón, revolcón, miedo, duda, esperanza y alivio súbito escapados del fragor futbolístico. Sobre San Mamés se extendió un manto de paz. La radio, la televisión, se olvidaron del Athletic-Getafe.
Pero sobre la noche vacía y templada se posó en La Catedral el espectro de Guardiola arrastrado por los vientos del oriente y un escalofrío recorrió el alma rojiblanca.
En el homenaje-despedida-hasta luego-pero quién sabe-¡no te vayas vida mía! todos los titantes balompédicos del Barça se conjuraron para un último acto ritual: ganar la Copa. Va por tí Guardiola, y para darle en los morros a Mou, y por la salud de Eric Abidal y para reír el último, y para añadir otro título, el número catorce para más gloria del gran Pep.
Visto el panorama parece evidente que la gabarra habrá que sacarla nada más ganar la final de la Europa League al Atlético de Madrid, y no postergarla para después de la final copera frente al Barça, so pena de celebrar una boda con la pompa de un funeral, pues la alegría hay que beberla caliente, y si acaso hay que botarla de nuevo allá por el 25 de mayo, se bota, faltaría más, pues se habrá producido una especie de milagro, y lo pedirá el cuerpo irrefrenable de jolgorio después de tantos años de abstinencia.
Se acerca la final de Bucarest y al Atlético se le puede batir. Ganar un título, y de Europa, aún ausente en la abigarrada historia del Athletic. Al fin. La afición aguarda con laurel y gabarra la llegada de sus héroes.