EL Real Madrid ganó al fin en el Camp Nou, agarró el título de Liga por el pescuezo y cosas sorprendentes comenzaron a ocurrir. Mourinho no hizo aspaviento alguno. Tampoco consta que le metiera a Tito Vilanova el dedo en el ojo, ni que aguardara agazapado en el parking del estadio la llegada del árbitro con el rictus torvo y la faca en bandolera. Tampoco apareció en la sala de prensa para sacar pecho, como es natural, y cedió todo el protagonismo en Aitor Karanka, su marioneta preferida, que con ese gesto inexpresivo que le caracteriza y en un tono monocorde y hueco de emociones dijo: "Todavía quedan puntos en juego muy importantes y en el Bernabéu son dos partidos que nos pueden hacer campeones. Tenemos que seguir trabajando como hasta ahora..."

Hasta Cristiano Ronaldo, más chulo que un ocho tras protagonizar la noche con el gol definitivo, pulverizando de nuevo con 42 dianas el récord goleador absoluto en la historia del campeonato, resultó ocurrente en sus conclusiones: "Hemos pasado de Misión Imposible 4 a misión cumplida". Tampoco hubo quebranto en la noche madrileña, pues la hinchada merengona festejó la eventualidad del título liguero con jolgorio, pero sin desmán alguno.

Del otro lado, las primeras palabras de Guardiola a los medios de comunicación fueron versallescas: "Primero de todo, felicitar al Real Madrid por la victoria y por el título de Liga..." Al día siguiente otro insigne hombre del balompié, como es Xavi Hernández, abundó en los cumplidos hacia su reputado antagonista y explicó así de fácil el halo de normalidad que ha envuelto el sucedido: "Es que nosotros (los del Barça) sabemos perder...".

¿Es eso?, ¿Que el Real Madrid ha recuperado tras larga ausencia el hábito de ganar y los culés el de perder, sensaciones que aún están agarradas cuan garrapatas en lo más recóndito del subconsciente colectivo de sus respectivas aficiones?

¿O es lo otro?, que si Messi hubiera aparecido con su encanto habitual, Xavi no extravía la varita mágica con la que dirige magistralmente la sinfónica azulgrana o Tarzán Puyol no la pifia en el primer gol madridista, y sobre todo hubiera acontecido lo que habitualmente sucede, es decir, que el Barça gana y humilla al Madrid; y entonces a Pepe le da un aire y acaba sacudiendo hasta con los voluntarios de la Cruz Roja; y también descarría Mou apelando, ¿por qué, por qué, por qué?, al contubernio arbitral, o despotricando contra la UEFA, donde le odian por ser The special One. O sea, el victimismo histérico e histriónico que ha caracterizado al entrenador luso; sus ritos circenses que tanto divierten y que para eso mismo preferimos verle apretado por la derrota.

El imperio contraataca, el Madrid gana la Liga y el malo oficial liba lascivamente las mieles del triunfo en soledad, es decir, que ha optado por desaparecer sibilinamente o, en su defecto, adopta una postura tan prudente y ponderada que hasta irrita.

Aquí hay trampa. Tanto culés, que ahora van de modositos, como merengones, que sujetan firmes las bridas para que no se desmanden aún los machos, aguardan la definitiva, conscientes de que quien ría el último reirá mejor, y además a mandíbula batiente, y me estoy refiriendo a la madre de todas las batallas; la eventual final de la Liga de Campeones que el Barça y el Real Madrid (¡mi reino por la Décima!) podrían disputar el 19 de mayo en Munich.

A la espera de acontecimientos (sus atractivos partidos de vuelta contra el Chelsea y Bayern), al Athletic le ha venido de perlas que el Real Madrid haya podido adelantar el virtual alirón liguero, pues llegará a San Mamés sin agobios y desbravado, no en vano los muchachos de Marcelo Bielsa probablemente necesitarán sumar todos los puntos en juego ante Zaragoza, Real Madrid, Getafe y Levante si pretende clasificarse para la próxima edición de la Champions.

Ayer cumplieron frente al Racing y acabaron por rematar a un muerto, pues con esa traza compareció el equipo cántabro, transmitiendo de paso la paz de los cementerios, asunto que modorró por contagio a la tropa rojiblanca. Hubo un momento en el que el Racing reaccionó tibiamente, como un espectro a quien incomoda el inquietante viaje al más allá y nos entró la desazón ante la incapacidad del Athletic por cerrar el partido con el segundo gol. Pasemos un tupido velo, como ya lo hicimos con la caraja de Lisboa. Son tantos y tan grandes los eventos que nos aguardan de inmediato... ¿verdad?