en un lateral de La Catedral de San Mamés resalta una sencilla capilla y en ella un vigoroso retablo que llama la atención por su singularidad. alberga una hornacina de formas armoniosas, pero vacía, a la espera de que algún día descanse allá su santón, el gran Javier Clemente, para ser reverenciado per sécula seculórum por la parroquia rojiblanca. Insigne protagonista de los últimos títulos alcanzados por el Athletic, 27 larguísimos años atrás, el gran santón se resiste a pasar definitivamente a la posteridad (como técnico, se entiende) hasta convertirse por justicia en leyenda, y ha decidido echarle un pulso al mismísimo San Judas Tadeo, patrón de las causas perdidas e imposibles.
E imposible parece la salvación del Sporting, que tiene toda la pinta de bajar a Segunda División, como así lo hicieron el Murcia o el Valladolid, los últimos empleos de Javier Clemente en la Liga estatal.
Sin embargo este hombre también tiene algo de San Pascual Bailón, pues siempre encuentra trabajo, y mira que hay competencia en el gremio, a pesar de su evidente pesadumbre, mayormente porque los que invocan su magia están constreñidos por la desesperación.
Entonces, ¿cómo pudo ser posible que el Athletic, el gran equipo que hace cuatro días deslumbró al orbe futbolístico eliminando al Manchester United con dos lecciones magistrales, no pasara del empate ante un rival que huele a cadáver?
Buena pregunta. ¿Y la respuesta?
La respuesta está en el viento fue la sugerente excusa lírica que Bob Dylan dejó a la humanidad para escurrir el bulto trascendental, aunque personalmente prefiero la canónica y rotunda inescrutables son los caminos del Señor.
Después de columna y media escrita para no decir nada, se me sigue escapando cómo fue posible que este engolado Athletic fuera incapaz de hincarle el diente al Sporting, que navega desarbolado a la deriva, y la única conclusión que saco es la evidente, que el empate es una ruina para ambos contendientes.
Por un lado, el Sporting no sale del hoyo, comparte la última posición con el Racing y Zaragoza y, con 25 puntos, dista en seis del Granada, el equipo que marca la zona de salvación. Por otro el Athletic, que hace dos semanas parecía dispuesto a comerse el mundo, ha encallado en la décima plaza clasificatoria, a nueve puntos del Málaga, que ocupa el cuarto y último puesto destinado a competir en la próxima Liga de Campeones, el declarado, rutilante y cada vez más imposible objetivo, mayormente porque da alcurnia y dinero.
Se puede alegar la escasez de repuestos fiables en la plantilla rojiblanca, y el enorme desgaste que impone jugar al máximo nivel dos partidos semanales, pero los aludidos siguen argumentando que están más frescos que una rosa. También se puede añadir que los chicos arrostraron el partido contra el Sporting indolentes y sobraos, como mirando por encima del hombro a sus rivales, y sin la concentración necesaria para afrontar un partido exigente, como lo son todos, sin la misma carga eléctrica empleada ante el United.
Es más. Hubo desatención al principio de la batalla, pero también y sobre todo al final, cuando dejaron a un Sporting absolutamente insípido hacer ese gol postrero y fraguar un empate desalentador. ¿Les suena, por repetida, esta cantinela?
Sin embargo estamos en hora de indulgencias plenarias, no en vano el Athletic está clasificado para la final de Copa, obviedad que, por redicha y asumida, conlleva que la próxima temporada jugará una competición europea, aunque sea en la segunda categoría, lo cual no es poco para los tiempos que corren. Y ahora se dispone a presentar combate al Schalke 04 alemán, donde aún imparte clases magistrales patanegra Raúl y tuvo como socio al beato Karol Wojtyla. Es decir, el Athletic atisba la posibilidad de pelear por dos títulos; el reto de recuperar el abolengo preciso para reconciliarse con su historial y reducir a Javier Clemente a la categoría de reliquia, y no de referente, hasta que un buen día cuelgue los hábitos de impertinente batallador y cobre la dimensión del mito.
También reapareció Llorente y, aunque falló en demasía, al menos el Athletic llegó, y mucho, hasta la portería contraria, algo inédito cuatro días antes contra el Atlético Madrid, y aunque Muniain erró el penalti que le hicieron al grande, luego fraguó el pase del gol rojiblanco, y... ¡pero, diantres, de qué nos quejamos!