Huérfanos de Fernando Llorente
Hoy es San José y Valencia celebra a el día grande de sus fiestas con la cremá de las Fallas, y los hados han querido que el central rojiblanco, casualmente apellidado San José, regalara a Soldado el primer gol de la tarde, el gol que alteró poderosamente la obtusa dinámica del partido, y cometiera el penalti que cerró la trilogía del delantero valencianista, apodado gudari por la afición osasunista cuando rendía armas al servicio del Reyno de Navarra. Para colmo de males, Andoni Iraola sufrió la primera expulsión en su dilatada trayectoria en Primera División.
No he podido remediar la tentación de recurrir a una comparación tan fácil, uniendo el trabucazo del central navarro y la festividad levantina, así que pido indulgencia por tan insulsa ocurrencia. Pero sí es cierto que gracias a su mal día Soldado se llevó el balón a casa, como hacen los futbolistas que logran un hat trick, poniendo punto y final a ocho encuentros consecutivos sin anotar en Liga, la peor racha en su trayectoria profesional. "Veníamos con dudas y hemos dejado a 10 puntos a un rival directo", proclamó después, y con mucha razón, el 9 del Valencia.
Soldado se marchó de San Mamésconvertido en capitán general y su entrenador, Unai Emery, a quien la hinchada valencianista había despedido con una sonora pitada una semana atrás, dejaba la catedral con pinta de ninot indultat tras haber planteado muy bien el partido, hay que reconocerlo, oxigenando a su equipo respecto al que jugó el pasado jueves en la Europa League (para eso hay que tener fondo de armario) y planteando una férrea y calibrada presión sobre la defensa rojiblanca, que no supo qué hacer ante la falta de un plan B (y C, y D...), por ejemplo escapado del apuro con un balón en largo hacia Fernando Llorente, el hombre orquesta, el figurón, el añorado, el imprescindible.
Huérfanos del bizarro delantero riojano, también echamos de menos a Toquero, la alternativa circunstancial. Porque el Athletic no está para jugar con Susaeta de falso nueve, como hace el Barça sideral. Un par de veces le cayó la pelota llovida, y a su vera se alzó el defensa Ramí, un corso de 1,90 metros de alzada, apodado La Roca. No hubo opción.
Susaeta, fuera de sitio, acabó tragado por la lógica del partido. Desapareció del mapa, donde tampoco dejó trazo apreciable Ibai Gómez, el último recurso ofensivo.
Entre las carencias propias, las suficiencias ajenas, el regalo al padre por San José y Soldado, que se reencontró con su buena estrella, el Athletic se dio de morros contra el Valencia, por mucho empeño y arrojo que pusieron los muchachos, a quienes no se notó en exceso el desgaste de talento y músculo que desplegaron ante el Manchester United.
Probablemente la debacle habrá servido para que nuestro genio Marcelo Bielsa tome buena nota de las circunstancias y cómo las gasta el contrincante, sólido líder de la otra Liga. Personalmente tengo el pálpito de que el Valencia será el rival que el Athletic tendrá en la final de la Europa League, partido que se disputará el próximo 9 de mayo, miércoles, en Bucarest, y a la que, creo que sí, llegaremos. Vayan reservando vuelo y hotel, porque este titulo es factible, y no el de la Copa, con el Barça enfrente, el mejor equipo del mundo y probablemente de todos los tiempos, que sigue con una voracidad de títulos y honores insaciable y encima ha recobrado el tono de fútbol deslumbrante y letal que había extraviado con los fríos del invierno.
Pero no hay bien que por mal no venga, porque la exhibición que hizo el Athletic frente al Manchester United no fue alucinación, sino verdad tremenda, y eso no se pierde por una mala tarde frente a un rival como el Valencia, que vino con un guion bien aprendido y mejor expresado, y a quien desde ahora retamos para el desquite en la capital rumana.
Lo peor del caso es que las dos derrotas consecutivas (Iruñea y ante el Valencia) y el frenesí que impone el torneo europeo le está quitando fijeza y vigor al auténtico objetivo marcado: la Liga de Campeones, el selecto club por donde verdaderamente fluye la fama y el dinero, necesarios ambos para convencer definitivamente a Llorente para que una su destino al Athletic, que tan bien supo amamantarle y arroparle cuando tan solo era un tierno querubín.