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El teatro de las pesadillas

Justo nueve meses después de la goleada del Barça en el Santiago Bernabéu (2-6, el 2 de mayo de 2009) y del gol en el último suspiro de Andrés Iniesta ante el Chelsea de Mourinho en Stamford Bridge (6 de mayo), preludio de la segunda Copa de Europa del club azulgrana, los hospitales de Barcelona contabilizaron un incremento de la natalidad del 45 por ciento.

La conexión entre la líbido y los caprichos del balón fue tan contrastada y consecuente que habrá que estar pendientes allá por diciembre si un hecho similar ocurre también en las clínicas y hospitales vizcainos tras los fastos de Old Trafford, donde el Athletic sojuzgó al Manchester United con un fútbol tan brillante que dejó pasmado a medio mundo.

Eso fue evidente, porque se pudo ver, como también el grado de forofada que alcanza la hinchada rojiblanca, que emigró en masa hasta la cuna de la revolución industrial guiada tan solo de un presentimiento y mucha ilusión. También fue evidente algo que no se vio, es decir, a la gente por la calle, recluidos como estábamos prácticamente todos pendientes del televisor e impulsados por las mismas sensaciones; y dentro de nueve meses habrá que comprobar si también ocurrió lo que tampoco se pudo rubricar de inmediato, pero se intuye, como hicieron los culés en aquella semana mágica, para que quede constancia en los anales de las ciencias sociológicas.

Y todavía nos espera el partido de vuelta, el próximo jueves, que también se las trae, pues los corsarios de sir Alex Ferguson tienen que defender en San Mamés honra, fama, sueldo y el prurito que impone ser el tercer club más rico del universo balompédico, lo cual puede provocar más secuencias psicosomáticas entre los amantísimos seguidores del Athletic y su correspondiente influencia en los índices de natalidad.

Pero semejante subidón tiene otras consecuencias. Es complicado mantener el clímax cuando a los tres días de retozar briosamente en el teatro de los sueños al Athletic le tocó magrearse con Osasuna en el teatro de las pesadillas, pues en el Reyno de Navarra han destilado un antídoto que no invita precisamente al erotismo y es perfecto para combatir a los equipos que proponen un juego sensual. Ese fue el caso también del Barça, que mordió el polvo ante la aguerrida tropa rojilla (jornada 23ª), cayó en la clasificación a diez puntos de distancia del Real Madrid y prácticamente perdió el tren liguero.

Si el poderosísimo Barça descarriló en Iruñea, no es ningún desdoro lo que le ha sucedido al Athletic, más que nada porque no dispone del fondo de armario que tiene la plantilla blaugrana, y jugar sin Javi Martínez, Fernando Llorente y Ander Herrera es como pasearse casi en cueros por la noche invernal navarra, con la rasca que cae a esas horas en la Cuenca pamplonesa.

El técnico vizcaino José Luis Mendilibar, que tiene ojo de lince, planteó el partido como un campo de minas, con el despropósito de cortar por lo sano el juego fluido del Athletic, tan aclamado en Old Trafford, tan imposible ante un rival puro coraje y sometido a un rigor espartano en las antípodas del rojiblanco, pero que le ha servido a Osasuna a sobrevivir desahogadamente por la categoría, hasta el punto de adelantar al equipo bilbaino en la clasificación y meterse en puestos europeos.

Sin embargo la respuesta sigue siendo la misma: el objetivo rojillo es mantener la categoría. Ante la misma pregunta, un seguidor del Athletic probablemente responderá que su equipo está llamado a disputar la Liga de Campeones, como bien pudo demostrarlo frente al engolado Manchester United. Y posiblemente lo dirá mientras reserva viaje y hotel para el 9 de mayo en Bucarest, escenario de la final de la Europa League.

Pese a la derrota, del partido se pueden extraer varias conclusiones. Por ejemplo que el rendimiento del equipo baja mucho cuando faltan algunos jugadores clave. Que la mentalidad ganadora también está convenientemente trabajada por Marcelo Bielsa, pues sus discípulos jamás arrojaron la toalla, y a causa de esa persistencia se pudo ver un final tan eléctrico. En una de esas descargas postreras me imaginé a Muniain marcando el gol del empate en el último minuto. ¿Cómo habría reaccionado? Andrés Fernández hizo una parada portentosa y los hinchas rojillos se fueron muy felices a la cama...