Hay que reconocer que los primos de Donostia son gente brava, y después del generoso derroche físico, con ráfagas de buen fútbol incluso, que la Real Sociedad desplegó sobre el césped de San Mamés se puede deducir que mantendrán la categoría sin mayores sobresaltos, no como la campaña anterior, que estuvieron con el susto hasta la jornada final.
Por consiguiente, estamos encantados, pues la Real se ha convertido en una especie de bálsamo para el Athletic y equipo referencial a la hora de explicar la evolución que la criatura de Marcelo Bielsa está experimentando en tan pocos meses de mimos, acune y reprimendas. Acuérdense si no del partido de ida, en la séptima jornada, cuando el Athletic acudió al derbi de Anoeta sin haber ganado un solo partido, como penúltimo clasificado y más de uno metido en añoranzas hacia Joaquín Caparrós.
Entonces los chicos apretaron los dientes, se conjuraron y vencieron (1-2) por vez primera, con sendos goles de Llorente, marcando un antes y un después en la historia rojiblanca del presente curso.
El derbi de ayer llegaba con la memoria difuminada sobre aquellos avatares, colándose como de hurtadillas entre tanta excitación por la final de Copa, el inminente choque en Old Trafford ante los diablos rojos de sir Alex Ferguson o la presencia de nueve internacionales entre las filas rojiblancas, lo cual es un premio individual por lo bien que están jugando bajo la batuta de Marcelo.
Si aquel triunfo en Anoeta significó un giro en la rueda de la fortuna, el derbi de San Mamés ha mostrado otra faceta elocuente: el grado de virtuosismo que está alcanzando este equipo y que le ha colocado en puestos de Champions. Se pudo comprobar en el primer gol, en cuya construcción participaron en armonía sinfónica Iraola, De Marcos, Herrera y Susaeta, que inició y culminó una jugada excelsa, propia de los duendecillos de Pep Guardiola.
Y en el segundo tanto, recurriendo a la fórmula que los grandes utilizan para escapar de un aprieto: Susatea batiendo por la escuadra a Claudio Bravo en un magistral saque de falta. Un golazo, pero también un misil capaz de hundir la moral del rival, que veía cómo todo su denodado esfuerzo anterior saltaba por los aires. La depresión se hizo dueña de la Real Sociedad, que entregó la cuchara, consciente de que no era su día: el Athletic fue capaz de resolver con una calidad extraordinaria y encima apareció sórdido el imponderable (el factor arbitral), con aquel gol fantasma del mexicano Vela que ni Mateu Lahoz ni sus ayudantes vieron (o no quisieron ver, por si acaso) y que hubiera supuesto el 1-1 y un cambio apreciable de la película.
Sin duda fue Markel Susaeta el héroe del partido. Aquel futbolista evanescente, a quien alguien bautizó como la gran mentira (por lo que barruntaba y sin embargo nunca alcanzaba a ser), le ha pillado por banda nuestro loco Bielsa y, erre que erre, a fuerza de alinearle, de redoblar su confianza, y sus broncas, y sus arrullos, le está metiendo en cintura, y ayer, al fin, pudo demostrar el centrocampista guipuzcoano la potencialidad que subyace en sus botas.
Tanto es así que Susa, que parecía tierno como un cordero pascual, hasta se puso en plan gallo pendenciero con el cuate Vela (obsérvese la imagen de arriba), que es un tipo de cuidado, y a punto estuvieron de llegar a las manos. Quién lo iba a decir del otrora cándido Susaeta.
Y quién iba a decir que un derbi pasara en las vísperas de puntillas entre la hinchada rojiblanca. Porque una cosa es proclamar que lo que suceda en la Real importa menos que un accidente de bicicleta en Pekín, memorable frase de Jupp Heynckes, y otra es calentar el tema, aunque con buen rollo, como hacían Clemente y Toshack, amigos y residentes en Zarautz. El técnico galés se ha jubilado y gasta su tiempo pegándole al golf, pasión que comparte con el Rubio de Barakaldo cuando se está quieto, algo complicado en tan peculiar personaje. "Acojonar un poco al Barça no está mal", dijo tras la derrota de su Sporting en el Camp Nou (3-1). Ocurrió cuando el árbitro expulsó a Piqué y, en superioridad numérica, Clemente no tuvo otra que sacar un delantero, y el delantero, ¡albricias!, hasta marcó un gol. Luego...