algo así ha venido a decir Rajoy esta semana. Empero, hace meses que se terminó la fiesta, pese al optimismo antropológico de Zapatero que venía a reivindicar aquellos días (no tan lejanos) de vino y rosas, anunciando unos brotes verdes donde solo había destrucción de empleo y empobrecimiento. Ahora, con la lección aprendida, el nuevo presidente del Gobierno español despliega la imagen contraria y se autoproclama una víctima porque se ha encontrado con una situación peor de lo que anunciaba el anterior Gobierno, pero se niega a seguir atado de pies y manos por las exigencias europeas, sabedor que tiene por delante casi cuatro años para justificar su política económica mediante una actitud realista ante la sociedad española y rebelde frente a la Unión Europea.
Para ello, Rajoy, en el lado opuesto de su antecesor, proyecta el pesimismo antropológico para dibujar el panorama más negro posible con unas previsiones (caída del 1,7% del PIB y más de 630.000 nuevos parados) que hacen temblar de miedo y que, en el peor de los casos, es decir, si se cumplieran, garantizan que no podrá ser acusado de mentir a la sociedad, mientras que si los datos finales en 2012 no son tan negativos siempre podrá asegurar que son consecuencia de su política económica, reformas incluidas.
Por otra parte, Rajoy sigue firme en su apuesta por la austeridad presupuestaria con la novedad de anunciar que desiste de cumplir con el compromiso adquirido por España ante la Unión Europea de reducir el déficit público al 4,4% a finales del 2012. Todo un desafío a la todopoderosa Merkel. Argumenta en su favor la desviación del déficit en 2011 y no quiere estrellarse ante el brutal ajuste que significaría tratar de llegar al porcentaje prometido, cuyo tijeretazo superaría los 44.000 millones de euros en una economía debilitada desde hace años por la crisis y con el horizonte de una nueva recesión.
La rebeldía de Rajoy ha provocado serias críticas en el seno de la UE y en la prensa alemana (el diario económico alemán Handelsblatt le incluye en una sección llamada Pinocho, en la que muestran a líderes políticos y empresariales que faltan a una promesa o compromiso), pero también se le concede el atenuante de poder utilizar como chico expiatorio a Zapatero, al tiempo que su desafío a Bruselas le confiere ante la opinión pública (o publicada) española un halo de rebeldía que les puede venir muy bien al PP en las elecciones andaluzas y asturianas.
Recordemos que Rajoy ha subido los impuestos y ha decretado una reforma laboral que facilita y abarata el despido. Pero, conocidas las previsiones antes citadas, adopta una actitud realista y puede decir que "ahora ya sabemos cómo estamos". De modo que la operación mediática de esta pasada semana les puede resultar muy positiva en el corto plazo (elecciones) y en el balance final de este ejercicio, siempre y cuando el PIB español no descienda tanto como se pronostica, ni se destruya tanto empleo como dicen, al tiempo que tendrá las manos libres para seguir con sus recortes.
También Patxi López quiere proyectar esa imagen victimista, pero lo hace en ese estilo suyo tan personal como mezquino en el que, tras negar en primera instancia la cuantía del déficit público de 2011 u ocultarlo en sede parlamentaria, responsabiliza al resto de las instituciones vascas de su incapacidad y de sus deficiencias presupuestarias. Todos son culpables menos él. Ahora insiste en una reforma fiscal como si, en plena recesión, una subida de impuestos garantizaría una mayor recaudación. Y, lo que es más grave, pone como contrapeso las escuelas y los hospitales que pueden llegar a cerrarse si no lo hacen caso.
Suya es la responsabilidad de duplicar el déficit público (1,3%) comprometido en 2011 y suya es la responsabilidad de cumplir con las exigencias para 2012 (1,5%). Hace ver que no está dispuesto a sacralizar estos porcentajes, pero nada nuevo propone en materia de incentivos y estímulos a la inversión, salvo desempolvar viejos programas.
Tres años después de instalarse en Ajuria Enea el escenario económico vasco se ha deteriorado como consecuencia de la crisis mundial y se ha endeudado hasta las cejas por la inoperancia de un Gobierno que solo hace lo que sabe, pero, como quiera que no sabe qué hacer, nada hace.
Sin embargo, lo peor está por llegar. El problema que genera el déficit y el endeudamiento actuales se proyecta en la herencia que dejará para el próximo Gobierno, cual es la hipoteca de una deuda que condena a las generaciones futuras. Ya se sabe que sin inversión no hay crecimiento ni empleo, pero hay que pagar la deuda contraída y si no lo hacemos perderemos credibilidad y confianza ante los inversores. No parece tan difícil de entender. La herencia del actual Gobierno vasco puede ser determinante.