contra el Espanyol tenemos una final, enfatizó en vísperas Javi Martínez sobre la supuesta trascendencia de los puntos ante el Espanyol. Frente al Mirandés sí que nos jugamos una final, y Europa, dijo sin decir Marcelo Bielsa, y volvió a dar descanso a tres de sus pilares, Fernando Amorebieta, Markel Susaeta y Ander Herrera con la evidente intención de que estén lo más frescos posibles para cazar a los jabatos de Carlos Pouso, que por muy encarrilada que esté la eliminatoria y muy de Segunda B que sea el rival, al cabo de ese partido están lo tangible, el premio inmediato: disputar un título, la Copa, y tomar por derecho plaza en la próxima Liga Europa.

Fue otro ejercicio de prudencia por parte del técnico argentino, a quien llaman el loco a Bielsa y uno no entiende por qué, pues continuamente hace gala de extrema sensatez y reflexión, mide las palabras con pausa y hondura y habla sobre los aconteceres futbolísticos con persuasiva argumentación.

Igual es por los misteriosos mensajes que de vez en cuando envía a quien corresponda proyectando así su mundo interior, como hizo cuando agradeció a las monjas clarisas de Gernika sus rezos por encargo y en bien de la causa rojiblanca.

Pero si fuera por eso podríamos llamar a monseñor Rouco el Loco Varela, y no te cuento nada qué añadir sobre San Francisco Javier, el patrón de los navarros, que dejó lujos y hacienda para lanzarse a cristianizar con entusiasmo abrasador a los gentiles del oriente lejano.

En la película de Werner Herzog Aguirre, la cólera de Dios un fraile que acompañaba a la expedición del aventurero vasco por la profundidad amazónica en busca de El Dorado muestra un tomo de la biblia a un indígena, embarcado muy a su pesar en el disparatado viaje, y le dice: Mira, aquí está la palabra de Dios. El aborigen entiende algo del mensaje, acerca el libro al oído y, como no escucha la palabra prometida lo agita, como si fuera un casete averiado. El monje clama de indignación: ¡sacrilegio! y masacran al buen salvaje en nombre del Señor.

Lope de Aguirre y sus marañones, y tantos otros de su ralea, sí que estaban locos de atar, y no Bielsa, tan juicioso, prudente y ponderado, que antepone el pájaro en mano de alcanzar la final de Copa y la consiguiente clasificación para la Liga Europa, aprovechando tan bonancible coyuntura, que la procelosa singladura liguera, cargada de peligros, dificultades e incertidumbre.

Es lo que tiene un empate a tres frente al Espanyol, y en el último instante del partido, y propiciado, en parte, por un desafortunado resbalón del mocetón estellés. Uno se queda frío y desangelado bajo el impacto de la última sensación, obviando la intensidad del partido contra un contrincante vigoroso, que jamás bajó los brazos, y pierde el norte, y acaba navegando por la aventura equinoccial de Lope de Aguirre.

Es cierto que semejante circunstancia (recibir un gol en el último instante) es la cuarta vez que ocurre, provocando en consecuencia la pérdida de esos ocho puntos que hubieran situado al Athletic con sus reales sentados en los selectivos puestos de Champions.

Pero no deja de ser un artificio demagógico aplicar criterios de ciencia infusa a posteriori, conocido que los caprichos del fútbol propiciaron que el resbalón del recio navarro coincidiera en tiempo y espacio con la súbita aparición de Albín, que le arreó un espectacular patadón al balón y zanjó el partido con ese 3-3 que nos ha dejado así de sinsorgos. Si se invocan esos ocho puntos que supuestamente debería tener el Athletic y no tiene por desatención (saber cerrar el partido, dicen los expertos) también habría que contar con otros imponderables futbolísticos que permitieron atrapar la suerte inversa, asunto este que se daba con frecuencia con Joaquín Caparrós. ¿Y por eso se clasificó entonces el Athletic para la Liga Europa?

Cerrar los partidos implica sobre todo estar atentos al final, pero también al principio, y en el ecuador, pero nunca especular con el resultado, y menos mandando nuestro Loco Bielsa, tan cuerdo y cabal, y su libreto escrito de trazos insobornables.