Pepe mátalos!, se oía corear en el Santiago Bernabéu allá por el minuto 85, cuando el partido estaba ya muerto. Entiéndase el concepto, por si acaso: el Real Madrid ya ganaba por 4-1, el susto que le había dado el Athletic a la parroquia blanca estaba superado y los futbolistas de Bielsa, con uno menos tras el penalti-expulsión del incansable Oskar de Marcos, habían entregado entonces, y sólo entonces, la cuchara, porque los tíos siguieron jugando como si tal cosa; como si todavía pudieran remontar el marcador adverso; como si enfrente no estuviera el segundo mejor equipo del mundo pasándolas canutas y exprimiendo toda su ciencia futbolística para doblegar a los leones.
Pero hubo un momento en el que nos las prometimos felices. Con el espléndido gol de Fernando Llorente, espléndido por la génesis y su ejecución; luego, cuando maldecimos (por lo bajines) los que erraron De Marcos y el propio Llorente, o después de degustar durante el descanso la magnífica primera parte realizada por el Athletic, desplegando vigoroso el espíritu y las enseñanzas de Marcelo Bielsa, que ha diseñado un equipo que juega bien al fútbol y no se corta un pelo ante nada ni nadie, sea el escenario el temible Santiago Bernabéu o el Arcángel cordobés.
Y lo cierto es que acabó derrotado y goleado, lo cual no era difícil de imaginar de antemano porque es la costumbre en el coliseo blanco (Barça al margen) y el Athletic está diseñado pegar y recibir, y la pegada del Madrid es demoledora. Para contrarrestar semejante evidencia el Athletic hubiera necesitado el amparo de la buena suerte (las oportunidades falladas por Llorente y por De Marcos), o que Iturraspe no hubiera cometido un penalti parvulario, que marcó poderosamente el sino del partido, o que el árbitro hubiera repartido errores y justicia con mayor sentido del equilibrio, ya me entienden.
Así que el Athletic acabó compuesto y sin novia y José Mourinho más chulo que un ocho, presentándose ante la canalla con altanería y socarrón al amparo de la victoria y los cinco puntos de distancia que el Madrid saca al satán azulgrana. Pavoneándose y soslayando con pases de torería las preguntas malditas, o sea, que parte del público le abucheó, sobre todo cuando los mostrencos de Ultra Sur corearon su nombre, y que un topo del vestuario ha cantado a la prensa la división que existe en el seno de la plantilla blanca, y la discusión que el técnico portugués mantuvo con Sergio Ramos, otro que tal baila, y la intervención de Casillas, más allá de la dialéctica, pero atento al fragor dialéctico, gritándole bravucón en cuanto su nombre apareció en la boca de Mou: "¡Míster, aquí las cosas se dicen a la cara ¿eh?!"
Según la conversación desvelada, Mourinho echó en cara a los jugadores españoles del Madrid que estaban muy gallos con él porque se sienten protegidos por los medios de comunicación porque son iconos patrios, dada su condición de campeones del mundo.
El asunto tiene su miga: No es que Mourinho sufra un ataque de gastroenteritis cada vez que se enfrenta al Barça, construyendo una alineación marcada por el miedo para volver a perder sin discusión. Es que además coarta la libertad de sus futbolistas y acusa a los españoles del equipo de ser españoles, él, al fin y al cabo un portugués, y hasta ahí pñodíamos llegar.
Pero es que además Mou tiene abducido a Florentino Pérez, que le ha dado patente de corso, y encima obligó a Pepe a decir públicamente que pisó sin querer a Messi, algo así como llamar boba a la humanidad entera, pues la humanidad entera pudo ver que fue a posta, y tanto que a posta, el muy ruin; y luego hacer como que se asombra porque no creen en la sinceridad del reincidente mamporrero luso.
"¡Pepe, mátalos!", se oía cantar en el Bernabéu, mayormente entre la peña Ultrasur, la que esculpió a modo de emblema otra célebre frase, "tu dedo nos guía", convirtiendo en sublime la cobarde agresión del entrenador portugués al ayudante de Pep Guardiola.
Todo eso se juntó, a revoltijo puro, en la noche madrileña, donde por fin la gente sensata asomó en el teatro poniendo un arrebato de cordura, decidida a cortarle las alas al prepotente entrenador con una pitada de reprobación y rechazo.
El Athletic pisó el escenario como si nada, intentando jugar al mismo nivel que el mismísimo Madrid, reconstruido por Mou para la ocasión con luminarias, poniendo juntos a Cristiano Ronaldo, Kaká, Xabi Alonso, Benzema, Özil e incluso Granero; futbolistas de enorme categoría que tuvieron que dar lo mejor de sí para doblegar a los muchachos de Bilesa. Luego llegaron los imponderables. Y así se escribió esta historia.