Iker Muniain dejó el partido hacia el minuto 88 y no podía disimular el desencanto. Su rostro estaba tan marcado por la decepción que daba penica el muete, pues si bien no le salieron las cosas lo intentó hasta el desfallecimiento, revolviéndose con su descaro habitual contra la adversidad. En su lucha contra el no, hoy no es mi día, Muniain dejó un puñado de perlas futbolísticas que sirvieron para engalanar el partido, radiante por el rotundo resultado que el Athletic logró frente a grupo filibustero que comanda el implacable Jim (Juan Ignacio Martínez), no en vano el Levante sigue encaramado a la cuarta plaza de la clasificación con uno de los presupuestos más bajos de la división, y eso es digno de encomio.
Tuvo mérito el Athletic, y también el conjunto valenciano, que jugó en San Mamés con descaro, sin complejos, y a resultas del desafío salió una sesión futbolística la mar de divertida donde los discípulos de Marcelo Bielsa acabaron imponiéndose por clase, músculo y contundencia en la pegada, factor fundamental para aspirar a cotas importantes en el campeonato, y en eso tiene mucho que ver el regreso de Fernando Llorente, naturalmente.
También en la buena forma del vertiginoso De Marcos, del eficiente Javi Martínez o el temple que ha alcanzado Fernando Amorebieta, que ahora hasta marca goles, amén de defender con templanza. Tanta que ya no da una patada ni por equivocación.
Muniain, en cambio, se perdió entre requiebros imposibles; e incluso pecó de filigranero, y sin embargo fue tan excitante su camino hacia ninguna parte. Muniain levanta expectación porque sugiere espectáculo, y sobre todo ganas de ganar, porfiando en el empeño, le salga bien o le salga mal, el muy navarro.
Frente a los piratas levantiscos de Jim, Muniain parecía un grumete y con esa sensación se retiró de la escena, con carita de lástima, consciente de su generoso aunque fatuo esfuerzo, y sobre todo inconsciente de lo bien que nos lo hizo pasar a quienes admiramos a los artistas del fútbol.
"Déjate de imagen, ¡clasificación, amigo!" Resuena aún la frase lapidaria que dejó Joaquín Caparrós tras aquella victoria ante Osasuna. ¿Habría escrito lo mismo de Muniain de terciar la derrota rojiblanca?
El caso es que hubo buena imagen y ¡clasificación, amigo!, no en vano el Athletic irrumpe en las plazas europeas deleitando a la parroquia de San Mamés justo en vísperas de recibir con los brazos abiertos al entrenador sevillano, que arriba con el Mallorca para dirimir una apasionante eliminatoria copera.
Pero el choque viene cargado de morbo. Por un lado está el Mallorca y las deudas pendientes, como los 2,5 millones de euros que restan por pagar del traspaso de Aritz Aduriz. El Mallorca supo hacer de la morosidad virtud, pues revendió luego al delantero guipuzcoano al Valencia cuadrando por todo el morro (y la bendición del sistema) una estupenda operación financiera.
Y por otro está el propio personaje, Caparrós, dispuesto pinchar el globo copero con un clavo ardiente.
Mallorca y Athletic ya cruzaron armas en la Liga, en un partido que sólo merece el olvido, o como mucho la fría estadística del punto arrancado en la isla precisamente con otro gol de Fernando Amorebieta. Entonces vimos a un Athletic francamente caparrosiano que resulta imposible imaginar hoy, o pasado mañana, después de haber asistido a la paulatina transformación del equipo bajo el magisterio de Bielsa.
Y sin embargo ahora, con el entusiasmo que suscita la Copa entre la hinchada, el ¡clasificación, amigo! resuena más fuerte que nunca. A pelotazo limpio, a las bravas, sin filigranas, con arrogante sentido práctico, como sea, pero en semifinales.
El fútbol vibra sobre el Athletic sobremanera, pues ya es quinto clasificado, la Copa se ha llenado de deseo, y es inminente la visita al Santiago Bernabéu para enfrentarse al Real Madrid cumplimentando la primera, y aplazada, jornada liguera.
El caso es que Caparrós se puso como un basilisco el pasado sábado porque su Mallorca estuvo a punto de frenar la imparable marcha de las legiones blancas, efemérides que evitó un enorme error del árbitro Pérez Montero al anular un gol legal a Víctor Casadesús que hubiera supuesto el empate y, por consiguiente, que el Barça estuviera situado a sólo tres puntos del Madrid. Añadamos esta mácula al penalti por mano de Raúl Rodríguez que se comió Turienzo Álvarez poco antes de concluir el Espanyol-Barça de la jornada anterior (1-1) y estaríamos hablando de un solo punto de diferencia, y no de cinco como refleja la clasificación.
Así funciona el invento. En esta lucha entre los titanes cualquier fallo, cualquier desliz, adquiere un tamaño descomunal, como colosal aparece el duelo copero que se avecina. Juegan el Real Madrid y el Barça. El fútbol en otra dimensión.