POR arriba, abajo, derecha e izquierda, esta última semana ha sido todo un paradigma del caos en la economía europea. Por todos los lados llegan medidas, amenazas, proyectos e ideas que prometen sacarnos de la crisis, pero que, en primera instancia, significan mayores sacrificios para la sociedad sin que ello suponga reducir los peligros (quiebra inminente de Grecia, problemas de financiación de Italia, ruptura del euro, etc.) que un día sí y otro también se anuncian desde esa torre de marfil en la que viven los responsables políticos a imagen y semejanza de aquellos dioses griegos que pretendían desde el Olimpo dirigir el destino de la Humanidad.
Esta semana hemos visto como el Tesoro alemán colocaba papel a 6 meses con una rentabilidad del -0,0122%. Es decir, los inversores están dispuestos a sacrificar la ganancia en pro de recuperar el dinero prestado en un escenario "potencialmente peligroso" que cerraba la semana con la noticia de que Standar&Poor's rebajaba la calificación de la deuda francesa, al tiempo que la propia agencia recomienda dudar de sus propias notas de solvencia. Vamos, algo así como si un vendedor pusiera en duda la fiabilidad de los productos que ofrece. Toda una evidencia ver a los inversores priorizar la seguridad a los beneficios y todo un despropósito contemplar como las agencias de calificación dudan de sus propios informes.
De momento, la decisión de S&P se conoció el viernes con las bolsas europeas a punto de cerrar, razón por la que se desconoce el efecto real que tendrá en los mercados. Hoy lo sabremos y, sin duda, habrá movimientos bruscos protagonizados por aquellos inversores a los que el temor a la recesión o la urgencia de liquidez son argumentos para vender a cualquier precio. Ahora bien, si tratamos de ver el actual panorama sin dejarnos llevar por la riada de noticias y amenazas mediáticas, podemos llegar a la conclusión de que la sorpresa con la que fue recibida la noticia de que Francia perdía la triple A. En realidad era un secreto a voces.
Un primer dato a tener en cuenta en Francia reside en la necesidad para este año de pedir 400.000 millones de euros, según señalaba el que fuera primer ministro, Michel Rocard, al que hacíamos referencia hace una semana en esta misma columna. De esa cantidad, el 75% (300.000 millones) se utilizará en refinanciar deuda antigua que llega a su vencimiento, cuya tasa de interés es muy inferior a la actual. Para conseguir estas cantidades se contará con la "colaboración" de la banca que, como sabrán ustedes, han conseguido casi medio billón de euros en la subasta del BCE celebrada a final de 2011 a un interés del 1% y amortizable en 3 años.
De este planteamiento podemos extraer una conclusión: el BCE se endeuda para que los bancos saneen sus cuentas y con el sobrante puedan comprar deuda pública a un interés que garantiza la rentabilidad del negocio. Pero el mercado crediticio sigue restringido y no hay ni un mísero euro para las familias, los consumidores y las empresas. Por tanto, no hay el menor resquicio de inversión en sectores productivos para que la economía pueda crecer. El sistema es tan simple como agónico: el BCE se endeuda para prestar dinero a bancos insolventes y éstos se lo ceden a Estados insolventes para que, a su vez, rescaten de la insolvencia a bancos, cajas, entidades locales y empresas públicas.
No vamos a insistir sobre el tema salvo para señalar como, después de bruscas subidas y tranquilizadoras bajas, la prima de riesgo (referencia y tasa de interés de la deuda pública) se mantiene en cotas altísimas desde que comenzaron las mayores convulsiones a finales del pasado mes de mayo. Así, la prima de riesgo española se mantiene por encima de los 300 puntos básicos, lo que establece una tasa nunca inferior al 5,5% de la que se benefician los bancos.
Terminamos nuestra columna con una necesaria, aunque breve, referencia a Patxi López cuyos pasos para gobernar Euskadi se pierden en el desierto de sus ideas. Lo suyo es de manual…, clínico. Proclama a los cuatro vientos socialistas que este recién estrenado año será el del empleo. No dice cómo lo va a hacer, al tiempo que su único objetivo claro reside en conseguir una mayor recaudación fiscal que, en el corto plazo, restará poder adquisitivo y restringirá el ya depauperado consumo.
Pero lo suyo es insistir y ahora que Rajoy ha subido el IRPF trata de hacer lo mismo en el Parlamento Vasco liderando un proyecto de reforma fiscal que no es de su competencia. Claro que los chicos vascos de Rajoy, los mismos que le apoyaron para ocupar Ajuria Enea, no están por la labor y el ínclito lehendakari sólo cuenta con el posible apoyo de la izquierda abertzale que no está en las instituciones comunes vascas. Por todo ello, da marcha atrás y, una vez más, su intervención pública sólo contribuye a crear más confusión. Es el cuento de nunca acabar…, ¿quieres volver a empezar?: la semana que viene.