vaya susto me llevé el pasado viernes. Resulta que José Mourinho dijo a la BBC que está deseando volver al fútbol inglés, y así será, aventuró The Special One. De repente caí en la cuenta de la importancia que tiene este sujeto. Es como si el circo se quedara sin payaso, porque eso mismo ejerce el engolado técnico portugués en este monumental circo llamado fútbol.

Al día siguiente Mou aclaró a través de una entrevista en la página web del Real Madrid que todo fue un malentendido idiomático. Mostró su amor por el club que le ha cubierto de riqueza. Ponderó lo bien que juega su equipo y destacó que lo mejor está por llegar.

Porque, ¿se imaginan un Barça-Madrid con el soso de Vicente Del Bosque o alguien de perfil parecido como entrenador blanco?

Efectivamente, nada sería lo mismo sin el puto amo, como denominó Pep Guardiola a Mourinho, explotando de soberbia, indignación y envidia con la enésima derrota madridista ante el Barça, circunstancia ésta que a fuerza de repetirse ha deprimido a la afición merengue, hasta el punto de adoptar un sorprendente rol victimista que desata la carcajada en cualquier espectador neutral.

El Zaragoza también utilizó su página web para anunciar en un frío comunicado, colgado en la red a la una y media de la madrugada, la destitución de Javier Aguirre como entrenador del equipo maño.

Conocida la noticia, el vasco consideró el sucedido de "lógico y normal", y se despidió con donaire y elegancia, según acostumbra este hijo de vizcainos adorado en México.

Lógico y normal porque Aguirre, si bien evitó que se consumara el descenso del equipo aragonés la pasada campaña, ahora sabe que no le salva ni la caridad, destrozado en forma y fondo por los delirios de grandeza de su actual propietario, Agapito Iglesias, convertido en un proscrito para la sociedad zaragozana. Esta circunstancia le ha empujado a quitarse ladinamente de en medio, poniendo al frente del club a Salvador Arenere, hombre de paja con la misión de absorber el pin, pan, pun de una afición indignada.

Con una deuda oficial de 145 millones de euros, sometido a la ley concursal y último con avaricia del campeonato, la desaparición es el sino más probable que aguarda al Zaragoza si finalmente no logra evitar su caída a la Segunda División.

Miguel Ángel Gil Marín tampoco aparece por el palco del Vicente Calderón. Es el dueño del Atlético de Madrid, cortijo heredado de su padre, el inefable Jesús Gregorio Gil y Gil, legendario payaso y trincón superlativo de Marbella, que tiene en situación de venta pero nadie compra. Gil Marín también ha echado al entrenador, Gregorio Manzano, para contratar al Cholo Simeone en un brindis al sol y por los buenos tiempos, cuando el centrocampista argentino fue el alma del histórico doblete colchonero, allá por 1996.

Contratado para sacar la casta a un equipo melindroso, por acá tenemos referencias canallas sobre este individuo, que clavó los tacos en la pierna de Julen Guerrero con alevosía y saña, dibujando una de las escenas más viles que se pueden realizar en un lance deportivo.

Y con esas se fue marchando, lánguido, el año. La tregua navideña sin embargo augura el vertiginoso inicio de un 2012 cargado de venturosas promesas. Para el 18 y 25 de enero ya se aguarda con expectación un nuevo clásico entre el Barça y el Real Madrid en los cuartos de final de la Copa, y también al Athletic confrontando otro derbi ante la Real Sociedad, o en su defecto el desafío con Joaquín Caparrós y su Mallorca, a buen seguro antepenúltimo obstáculo que le quedará a la bizarra tropa rojiblanca para protagonizar la gran final, fijada para mayo.

Pero también, a principios de marzo, el Athletic espera reencontrarse en la Liga Europa con el Manchester United, a ser posible bajo otra intensa nevada y claro está después de haber eliminado al Lokomotiv de Moscú, porque regresan los viejos y buenos tiempos.

Sin hacer nada del otro mundo y tan solo con un puñado de buenas sensaciones y la ilusión por bandera, la afición rojiblanca se baña en la nostalgia. Rebosa alborozo, pero tiene fundamento al reclamar la dicha. Primero, porque sí, naturalmente, que para eso son hinchas.

Segundo porque Marcelo Bielsa ha sabido conectar una energía limpia y positiva entre jugadores y afición.

Tercero porque todos los hombres, especialmente el añorado Fernando Llorente, están en disposición física para afrontar el enorme reto que impone el calendario inmediato, diseñado para comprobar, sin necesidad de mucho alarde ni titánicas proezas, hasta dónde alcanza el empaque y la capacidad real del Athletic. ¿No es así?

¡Qué bonito amanece el año!