Osasuna tiene la oportunidad de tomarse cumplida venganza de las goleadas sufridas en la Liga ante el Barça (8-0) y Real Madrid (7-1) porque, si por un casual logra eliminar en octavos de final de la Copa al campeón del mundo (con un capotazo de San Fermín, Dios mediante), después previsiblemente tendría que lidiar en cuartos de final con el equipo merengue (aquí ya sería necesaria, además, la colaboración de San Francisco Javier y toda su cohorte de mártires por la causa). Luego, en semifinales, le esperaría previsiblemente el Valencia o el Sevilla; y ya, en la final...

En la final... (qué nervios)...

¡¡El Athletic!!

¿Se lo imaginan?

Yo, tampoco.

Yo tampoco en el caso de Osasuna, porque en el del Athletic, sí; ya lo creo, como casi todos los hinchas rojiblancos, que ya no caben de alborozo ante las espléndidas aventuras que se avecinan.

Esto es lo que ha deparado el sorteo dirigido, que se ha convertido en una lotería y es injusto por naturaleza, pues anuncia una singladura imposible para Osasuna, salvo milagro, y tiende puentes de plata al Athletic, cuyos rivales en perspectiva (Albacete en octavos; Mallorca o Real Sociedad en cuartos; y Espanyol, Córdoba, Racing o Mirandés en semifinales) son absolutamente asequibles a su potencial futbolístico.

Lo cierto es que la Copa, considerada por los grandes hasta no hace mucho como una especie de torneo de la galleta, se ha puesto de moda. Ha recobrado el vigor de antaño a causa del súbito interés mostrado por el Barça, que por inercia arrasa y se traga todo título que pilla en su camino; y sobre todo por el Real Madrid, que ha convertido este cáliz en el Santo Grial después de realizar un complejo ejercicio de autosugestión empujado por la penuria hasta convenir que, frente a este maravilloso Barça, cualquier plato de migajas puede servir de nutriente.

Escuchemos si no al simpar José Mourinho, que el pasado día 23, en el brindis navideño recalcó, dirigiéndose a las tribus madridistas, el "compromiso del equipo para seguir consiguiendo éxitos como el logrado en 2011 al ganar la Copa del Rey, título del que me siento muy orgulloso", dijo en sintonía con su jefe, el megalómano Florentino Pérez, que también destacó el título copero como una conquista memorable.

A buen hambre no hay pan duro, pero lo cierto es que en la última década equipos como Mallorca, Zaragoza, Betis o Espanyol han ganado el torneo jugando finales contra rivales de similar empaque, como Recreativo, Osasuna o Getafe, quienes supieron aprovechar la desidia mostrada por los actores principales.

Y mientras tanto ocurría todo esto el Athletic suspiraba en cambio de añoranza por el pasado glorioso, y sus jugadores se cagaban de miedo, claudicando ante la responsabilidad adquirida, de tal forma que el Racing, la Gimnástica de Torrelavega o el Real Unión pudieron eliminar al conjunto bilbaino, hiriendo el alma de una afición frustrada.

Marcelo Bielsa ya ha mostrado claramente sus pretensiones cuando diseñó frente al Real Oviedo, un conjunto de Segunda B, al mejor equipo posible. Y no hay otra alternativa ante la imparable ola de esperanza que mece a toda la hinchada rojiblanca conocido el panorama que ha dibujado el sorteo copero. Porque, por mucha prudencia que se pida, a este invento lo mueve la pasión y encuentra su grandeza en la ilusión.

Parece que fue ayer cuando José María Del Nido, con el pavo subido a causa de los éxitos del Sevilla, dijo que se iba a comer al león desde la melena hasta la cola en aquella vibrante eliminatoria que devolvió al Athletic su orgullo y el esplendor de antaño, abriéndole las puertas de una final 24 años después de la última. Para su desgracia, el equipo bilbaino se topó con el insaciable Barça de Pep Guardiola que amasó seis títulos batiendo todos los récords.

Del Nido ya no luce altanero tras haber sido condenado a siete años y medio de cárcel por trincón. Pero Del Nido pertenece a esa estirpe de dirigentes con una erótica del poder tan grande que es capaz de zamparse un león, pelambrera incluida, e incapaz de dimitir, aunque sea por vergüenza torera o en atención a la ética y el decoro social, despreciando el daño que puede ocasionar al club y al equipo, que queda expuesto al ritual del escarnio público allá por donde vaya y a la Sevilla cachonda y bética y sus coplillas con retranca.

No ha corrido mejor suerte Iñaki Urdangarin, que sin ser ni tan siquiera imputado ya ha sido condenado por la Casa Real. La reacción del museo de Cera es proverbial. Han trasladado su figura a la galería del deporte, aunque vestido con ropa informal. Solo faltaba que le hubieran colocado la zamarra azulgrana con la que alcanzó fama, gloria y atravesó el corazoncito de la infanta.