El Santos del mítico Pelé y del filigranero Neymar ejerció de perfecto sparring. Ni un mal gesto. Ni una patada. Los jugadores brasileños estaban absortos. Asumido de antemano la superioridad azulgrana, su incuestionable jerarquía, decidieron observar de cerca el primoroso trazo de aquellos artistas; ellos, que son campeones de Brasil, de América; los herederos y depositarios del legendario jogo bonito. Con un rival claudicante, el Barça pudo realizar otra excelsa exhibición de fútbol a los ojos del mundo en un partido bendecido por la FIFA, que decidió rebautizar lo que antes era la Copa Toyota como campeonato mundial de clubes.

Se llame como se llame, lo cierto es que para llegar hasta ahí primero hay que ganar la Liga, y luego la Champions, y después seguir con ganas de propagar el espectáculo por el universo con gracia, generosidad en el esfuerzo, ambición y rigor.

Pep Guardiola se trae de Japón su tercer título de la temporada, el número 13 de los dieciséis que ha disputado en tres años y medio de fútbol primoroso que ha convertido al Barça en el mejor equipo de todos los tiempos. Ayer, sobre el césped del estadio Internacional de Yokohama se alinearon de inicio hasta nueve jugadores surgidos de la cantera de la Masía. Todos salvo los laterales Dani Alves y Abidal. Son muy jóvenes todavía, y resulta que una nueva camada de virtuosos peloteros se fragua en las categorías inferiores. El imperio azulgrana, al parecer, se pierde en el horizonte.

Guardiola colocó a Thiago Alcántara en la demarcación habitual del lesionado David Villa, y de lo que parecía una aberración táctica surgió música de violín para armonizar una sinfonía perfecta.

El técnico Víctor Fernández apunta: "Guardiola se reinventa y no deja de sorprender. Ha roto con todos los patrones que enseñan en las escuelas de fútbol", sin delanteros específicos, o bien con un centrocampista organizador pegado a la banda izquierda y con todos los protagonistas mezclados primorosamente a lo largo y ancho del campo de juego.

"El Barcelona nos dio una lección de cómo se juega al fútbol", dijo Neymar quien luego pidió, con alma de niño, las camisetas del bravo Puyol y de su admiradísimo Messi, al lado del cual sueña jugar algún día, rechazando el oropel y los dineros del Real Madrid y desdeñando a Florentino Pérez, cuyo empeño por convertir al Pájaro Loco del Santos en su galáctico para esta campaña acabó como el rosario de la aurora.

Florentino Pérez se quedó de un palmo de narices, pero el hombre tuvo la osadía de lanzar el pasado viernes un mensaje navideño convertido en diatriba contra la razón. Fue como si el Real Madrid no coincidiera en tiempo y espacio con el Barça. En su obcecación por llenar su cerebro de súbita amnesia y disfrazar las palabras de pura demagogia, Florentino llegó a decir que el Madrid había ganado al Barça la última Copa protagonizando la final más primorosa que se recuerda en toda la historia, y eso sí que no. Por esas no paso. ¿O acaso no se acuerda el reputado presidente blanco de los once aldeanos?, aquel grupo de recios jugadores del Athletic que sojuzgaron al Madrid de Alfredo di Stéfano, entonces tricampeón de Europa, contra pronóstico, ante la mirada de Franco y en el mismísimo Santiago Bernabéu aquel 29 de junio de 1958.

Los descendientes de aquella insigne cuadrilla se conformaron el pasado sábado con ganar, y menos mal, al Zaragoza, el último clasificado, en un partido áspero, conturbado por un error monumental del árbitro, que decretó penalti y expulsó a Javi Martínez alterando sobremanera el curso del duelo.

Entonces destacaron tres cosas. Primero, la capacidad de Ander Herrera de hacer tripas corazón y descargar toda su ciencia y empeño en hundir a su Zaragoza del alma, lo cual dice mucho del chico, un enfático converso a la causa rojiblanca y con toda la pinta, por carácter, clase y determinación, de convertirse en el líder natural del Athletic.

Ander cuajó un gran partido en día amargo, pues enfrente estaba el Zaragoza que ha mamado y que irremediablemente se hunde en la miseria incapaz de aprovechar el disparate arbitral para buscar un soplo de vida. Apareció además el eficaz Toquero en hora buena, con un gol contra la añoranza del ausente, Fernando Llorente, y atrapó la victoria.

Seguimos el rastro dejado por el irrefrenable y multifuncional De Marcos, de quien luego se supo que siguió corriendo, y girando, y chocando sin rechistar hasta el pitido final con sálvase la parte desgarrada por una alevosa coz. Tiene huevos el muchacho, y ganas de comerse el mundo. Y nos invita a pensar en un tiempo cargado de primavera.