Tenemos un Plan B, desvelaron al alimón Iñigo Pérez y Gabilondo el pasado martes, para afrontar los partidos contra esos rivales desgarramantas: lo mejor para combatir a quienes se refugian tras la táctica del murciélago es aplicar la estrategia del camaleón.

Es lo que tiene el fútbol, que parece un juego sencillo y sin embargo tiene profusión y mucha ciencia. Fíjense si no en lo del otro día con el Slovan de Bratislava, cuyo entrenador Wladimir Weis también se deshizo en elogios hacia Marcelo Bielsa, constatando que el hombre es una especie de gurú de la cosa futbolística según se desprende de las alabanzas que concita por todos los rincones del mundo. Entregado en cuerpo y alma al servicio del Athletic, Bielsa reaccionó pronto y bien al desplante del Granada, y sin más dilación accionó los resortes que activaron de inmediato el Plan B.

Pero, ¿en qué consiste el Plan B?

Enfrente estaba el Mallorca y Joaquín Caparrós, con toda la carga emocional y morbo subsiguiente, consecuencia de la impronta que dejó a lo largo de las cuatro abigarradas temporadas en las que estuvo dirigiendo la plantilla rojiblanca.

Resulta que a los dos minutos Fernando Amorebieta cometió un despiste bárbaro, sirviendo el bandeja el gol al joven Álvaro. Tuvo su aquél la cantada de el Puma de Cantaura (no confundir con José Luis Rodríguez, otro ilustre Puma venezolano, autor de canciones famosísimas y de profundo mensaje, como aquella que dice: Numerao, Numerao, Viva la numeración, Quién ha visto matrimonio, Sin correr amonestación, ¡Pavo real huuu, pavo real huuuu, Pavo real hu, pavo real huuuu...!).

Si a los dos minutos Amorebieta tuvo la mala pata de pifiarla, pasados dos minutos del tiempo reglamentario de la primera parte lograba en cambio el tanto del empate, circunstancia que metió al partido por las insondables rutas de la taumaturgia, no en vano es de sobra conocido que el fútbol es un campo abonado a las supersticiones. Y más de uno interpretó que el bravo central encontró por aquellas praderas la flor perdida de Caparrós, esa que estallaba en fragancia y vigor en los momentos insospechados, mayormente con un gol a favor en el último suspiro.

Amorebieta estuvo a punto de conseguir el segundo gol, el de la victoria, cuando el partido agonizaba, tiempo en el cual se concentró toda la emoción del lance, con una parada tremenda por decisiva del irregular Gorka Iraizoz.

Pero, ¿el Plan B era eso?, ¿una absurda colección de supercherías? Desde luego que no. Bielsa es un hombre de método y concienzudo trabajo, que nada deja al albur aunque, por otra parte, ¿no es igualmente cierto que al técnico argentino le llaman loco y también recurre al imponderable, como quedó constatado cuando acudió a las monjas clarisas para que invocaran con sus rezos la ayuda divina?

Finalmente, y tras un exhaustivo análisis del encuentro logré desentrañar en qué consistía el anunciado Plan B: mimetizarse con el rival. O sea, convertirse en un camaleón. Si el contrario, y ese fue el caso el Mallorca, mandaba la pelota directamente al hospital a resultas de un maltrato continuado pues nosotros, también. De ahí que el Athletic no diera una a derechas, ni a torcidas a lo largo y ancho del encuentro, y jugara trompicándose y a trompicones. Si ellos dan un pelotazo, pues nosotros le pegamos dos y aquí paz y en cielo gloria o, en su defecto, ¡clasificación, amigo, clasificación!

En resumen, el Plan B resultó tan perfecto que hasta Marcelo Bielsa se mimetizó en Joaquín Caparrós, hasta el punto de que en vez de ¡carajo! se despechó con un ¡ojú! contundente y con toda la gracia que desprende un sevillano de postín.

El Plan B fue llevado por los discípulos de Marcelo Bielsa con rigor y hasta sus últimas consecuencias, tanto que igualmente se mimetizó el resultado, de tal forma que si el Mallorca no mereció más allá de un empate el Athletic, tampoco.

Nostalgia por Llorente al margen (y no es poca la nostalgia), y después de desplegar un fútbol brillante frente al Barça y espléndido contra el Sevilla, el Athletic ha encadenado tres encuentros consecutivos de auténtica pena, lo cual no hace otra cosa que levantar sospechas sobre su capacidad para emular a los grandes, que mal que bien (pongamos el Madrid ante el Sporting o al Valencia con el Espanyol) despachan ese tipo de faenas sin mucha dignidad, pero con eficacia y solvencia.