Mariano Rajoy se subió a lomos de Rubalcaba para celebrar el gol de Cristiano Ronaldo, tercero del Real Madrid al Valencia, y de ambos dos, madridistas de a gala, salió un enorme relincho de satisfacción.

El momento era confuso y sumamente tenso pero, si se daba el desenlace esperado, ya se conocía el reparto de papeles: tú de mulo; yo de señorito de latifundio, como debe ser, fusta en mano y espuela refulgente lista para clavar (aborto, despido a cuatro perras...).

Perdonen el dislate. Compréndanme: acabo de venir del colegio electoral, donde me ha tocado pringar de vocal, y la noche me confunde al hincarle el diente a esta página.

Lo cierto es que puse un recurso pidiendo dispensa al juez, argumentando que en día tan señalado las cuatro pes (putas, policías, periodistas y políticos) tienen la obligación de trabajar, pero no hubo manera. Consuela saber que Callejón, el futbolista madridista que ejerció de improvisada cabalgadura de José Mourinho, tampoco mereció mejor trato, por muy jugador de copete que fuera, y nada más terminar el partido de Mestalla tuvo que viajar de madrugada desde Valencia a Motril, donde llegó hacia las seis de la madrugada, para estar como un cadete en el colegio electoral a eso de las ocho. Eso sí, iba de presidente suplente de mesa y el tío tuvo la suerte de que se presentó el titular, tomó un avión y se fue directamente al entrenamiento en Madrid.

Mourinho volvió a dar otra exhibición de impostura, de esa facilidad pasmosa que tiene para tocar las amígdalas a la afición rival en su propia casa, cuando más rabia pueda dar, recurriendo a una provocación ladinamente calculada. Luego, se esconde tras su marioneta (Aitor Karanka) para ensalzar el gesto como si fuera una sana exhibición de alegría. A todo esto el jefe de ambos, Florentino Pérez, le llama señorío y defensa del madridismo, lamentablemente, fomentando la animadversión generalizada hacia el club blanco, para gozo y pastizal de los Ultrasur, que tienen al entrenador portugués a su nuevo gurú.

Si bien llamó payaso al valencianista Jordi Alba, en descarga de Mourinho habrá que ponderar que al menos no metió el dedo en el ojo de Unai Emery, luego va tomado alguna nota de sus desafueros.

Pero eso fue antes de enrocarme en el colegio electoral, ciudadano probo a mi pesar, ¿cómo dijo, Etxezarreta o Etxebarrieta?, ¿me repites el número del censo, mesedez?, y yo tomando nota como un descosido a la hora del vermut y el txikiteo, cuando el personal entra en tropel a votar, y a esa hora del vermut jugaba la Real Sociedad frente al Espanyol, y con las primeros rugidos del estómago una estupidez me cruzó la cabeza, ¿tendrá algo que ver la desquiciante prima de riesgo con el portero de la Real, que sigue último y con avaricia, después de haber sumado solamente 2 puntos de los últimos 27 disputados? ¿Acudirá el Banco Central Europeo al rescate? ¿Qué dice al respecto Angela Merkel, y Jokin Aperribay, a la sazón presidente del club donostiarra? ¿Llegará Montanier al turrón?

Viento de escalofrío recorre la Liga, y ya llevamos unos 300 votos metidos en la urna, lo cual no está mal pero tampoco bien; y se va acercando el momento del Athletic; y con la inminencia del partido, las conjeturas en el aula de votación entre los allí presentes: "seguro que ya no viene gente, pues estará pendiente de los leones", sugiere la presidenta de mesa, legalmente secuestrada como yo en razón del bien común.

Comienzo a sentir cierta desazón. No podré ver el partido, natural, pero es que tampoco voy a poder ponerme el pinganillo para escuchar subrepticiamente. No hay tregua y mi neurona no da para mucho más, "¿me repites...?", reitero...

A los cinco minutos la noticia recorre el colegio electoral: ¡Gol de Iraola!, y apoderados e interventores del del PP, los de Amaiur, PNV y del PSE se ponen así de contentos, hermanados en la misma religión: el Athletic. En el tramo final del partido, ya con pocos visitantes papeletas en mano, puedo sintonizar de tapadillo: los del Bielsa le están dando un baile al Sevilla, escucho. Muniain, excepcional y ha debutado Jonás Ramalho, ¡un negro en el Athletic!, ¡la hostia!, ¡por fin!, me dije, más que nada porque definitivamente quita argumentos a todos aquellos que sugirieron, cuando no acusaron, que el club bilbaino tenía un sesgo racista.