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Libia, a la tercera va la vencida

Libia, a la tercera va la vencida

la revolución anti Gadafi es -cambio de poder, aparte- todo un curso de Historia contemporánea. Sobre todo, un curso de política y militarismo estadounidense.

La primera lección -militar- es que el Pentágono ha logrado por fin ganar una guerra sin infantería (bueno, sin tropa de tierra propia porque la masa de soldados de tierra la pusieron los revolucionarios). Ha sido a la tercera intentona, tras las decepcionantes experiencias del Irak y Afganistán. Allí el súper arsenal de armas sofisticadas -los anglosajones hablan de "armas inteligentes"- ganó todas las batallas, pero ninguna guerra.

En Libia, Pentágono y Casa Blanca demostraron haber aprendido la lección asiática. Consecuentemente se las arreglaron para ganar la guerra sin enviar sus tropas y... ¡Sin dar políticamente la cara!

Políticamente, la cara la dieron franceses y británicos que por esto mismo no pudieron evitar una presencia militar disimulada: como asesores y consejeros de las tropas revolucionarias.

Pero militarmente, los mazazos definitivos a las fuerzas de Gadafi los dieron, a través de la OTAN, los Estados Unidos. Ellos coordinaron la ayuda militar occidental de las primeras jornadas, ellos aportaron el armamento sofisticado -desde aviones de combate no tripulados hasta las bombas de precisión que escogen las metas e incluso los aviones tripulados de combate-. Porque a Gran Bretaña, que tras Alemania, tiene el segundo ejército de la OTAN, su arsenal de aviones ultramodernos no bastaba para más allá de cinco o seis semanas de combates.

En resumen: fueron los Estados Unidos los que machacaron decisivamente a las fuerzas armadas de Gadafi. Sin esta destrucción masiva y sistemática de la Aviación, Marina y logística del Gobierno libio, la revolución bengasí habría fracasado a las pocas semanas del levantamiento.

Y sin la intervención desde detrás de las bambalinas de los Estados Unidos hoy en día Libia sería el escenario de las sangrientas represiones gadafistas, con Francia y Gran Bretaña como comparsas ridículas y apaleadas.

La segunda lección del drama libio es que para la mayor potencia del mundo, el centro neurálgico del área afro-europea se ha desplazado del Mediterráneo Occidental al Oriental. Para la paz y la estrategia esencial de los Estados Unidos, el Magreb ha pasado a segundo plano. Clave es ahora el Oriente Medio; el eje Israel-Siria-Irán.

Lo curioso es que pese a ello ni la Casa Blanca ni el Pentágono han encontrado hasta el día de hoy una clave para esta zona. Ni política ni militarmente tiene Washington una conducta coherente con que afrontar los desafíos de esa parte del mundo.

Consecuentemente, los aliados europeos de los EE.UU. ya han aprendido la primera lección. Se apresuran a hacerse cargo del vacío de poder generado en el Magreb y todo el Norte de África por la obsesión medio oriental de los EE.UU. Y cómo tantas veces, con mayor premura y claridad de ideas en París y Londres que en Berlín.

Pero quizá también con más premura que acierto, porque en el nuevo esquema del poder del Asia Central y Oriente Medio París y Berlín enfocan mal las relaciones con Turquía en tanto que Londres mira al tendido.

Mientras Ankara va asumiendo allá un protagonismo cada vez mayor gracias al auge de su economía y la moderación de su islamismo, franceses y alemanes se fijan más en la competencia económica que podría suponer durante unos años la entrada de Turquía en la Unión Económica que en los beneficios a largo plazo de tener un socio de gran valía en un tercer mundo asiático que está emergiendo al galope. Pero la miopía francoalemana -motivada también en gran parte por el brote xenófobo que padece Europa occidental- no es definitiva. Las relaciones de Bonn y Paris con Ankara se han enfriado mucho en el último lustro, pero la situación es aun perfectamente reversible.