Es un asunto curioso. Para que el ciclista urbano sobreviva a pie de calle ha de actuar como un guerrero vial del asfalto y poseer una bicicleta más fea que Picio y más barata que un doblón de hojalata, si no quiere que las afanosas manos ajenas se la levanten. Conozco a varios -alguno incluso con un prometedor pasado como aficionado- que viven este pedaleo por el dédalo de calles de la villa como una tortura de miedos y recelos. Le doy el turno a uno de ellos para que alce la voz y lo hace con rotundidad. "Diga usted que a los ciclistas de calle todo el mundo nos da por culo, salvo el viento que nos da de cara". Mejor resguardarle en el anonimato.
Salen ahora a la luz estas y otras historias cuando se recorta en el horizonte la silueta de un viejo anfibio conocido, aquel al que la vieja guardia de la prensa bautizó, cuando había más poesía en los papeles, como la serpiente multicolor. La trepidante afición al ciclismo que habita entre nosotros, mortales peatones, jaleará la llegada de la Vuelta a Bilbao. Su voz se entremezclará con la de los justos que se vean afectados (mira que llueve en Bilbao pero nunca lo hace a gusto de todos...) y la de los eternos protestantes, tipos a los que antaño llamábamos Don Contreras, por su afición a renegar de cualquier cosa; el paso de la Vuelta ciclista a España o el vuelo de los gorriones.
Habrá que escuchar los aleluyas y las maldiciones, pero el espectáculo continúa, ya no hay vuelta atrás. Eso sí Bilbao va a entregar su alma circulatoria al pelotón y a la caravana que acompaña su paso como si fuese el cortejo del presidente de la República entre coches de policía, ambulancias medicalizadas, autoridades y medios de comunicación. Es el peaje que ha de pagarse por aparecer en el mapa deportivo de estos días. El Botxo dará la vuelta a la tortilla y todo ese engranaje de autobuses, plazas de aparcamiento, calles de doble sentido y un sinfín de cuestiones más va a cambiar. Lo hará por unas horas y no hay por qué tocar las campanas que anuncian tormenta, pero es igual de cierto que habrá quien se pregunte el porqué. La respuesta es fácil: el día que aceptamos, con buen criterio a mi entender, situarnos en primera fila del hall of the fame sabíamos que nada es gratuito.