El regreso a un mundo perdido
Trenes de alta velocidad, compañías aéreas low cost, o los coches de tremenda cilindrada, el viaje se ha convertido en un relámpago, algo fugaz que nos lleva, cada vez más rápido, de una punta a otra de la tierra. El viejo autobús, casi un ser prehistórico en el reino animal de los medios de transporte, tiene, sin embargo, un duro caparazón. No en vano, los números de Termibus cantan: los viajes en autobús crecen. Hay quien sostiene, quizás porque aún recuerdan aquel legendario anuncio del "me estás estresaaaando" (léase con acento caribe...), que ese es un feo síntoma de país pobre.
No hay que caer en esa trampa. Es más hermoso pensar que se trata del regreso a un mundo perdido, de un tiempo en el que el hecho físico del viaje era, en sí mismo, una aventura. ¿Cuándo comenzó el desprestigio de desplazarse en autobús...? Hay quien piensa que en el momento en que llegaron los bocadillos de tortilla de patata o se desempolvaron las tarteras. Tengo para mi que no fue entonces sino cuando nació aquel chiste cruel, ese que se peguntaba, qué animal tiene dos ojos y 68 dientes (un cocodrilo era la respuesta...), para añadir, poco después, ¿y 68 ojos y dos dientes...? ¡Un autobús de jubilados! ¡Qué daño hizo aquello, cuánto dolor!
Hoy las cosas han cambiado. Los modernos autobuses incorporan, en los casos más elegantes, wifi y pantallas de plasma. Los asientos son ergonómicos y son capaces de llegar allá donde no alcanza ningún otro medio de transporte. Hablan del turismo de fiestas o de recónditos lugares donde solo queda impresa la huella del neumático. Hablan, también, de los precios para largos trayectos -al ahorro es considerable...- y de los viajes de estudios en invierno. Hay quien le busca tres pies al gato y asegura que es un medio romántico de transporte, como si hablase de los viejos viajes en diligencias.
No creo que esa última cuestión sea una razón de peso. No en vano hay quien no quiere trabajar como conductor de autobús..., porque no le gustan las cosas pasajeras.