LOS desvaríos y la obsesión enfermiza de Mourinho con el Barça vienen de lejos, pero comenzaron a cuajar en septiembre pasado, allá por la cuarta jornada, cuando Manolo Preciado alineó en el Camp Nou un Sporting con varios jugadores suplentes y Mou acusó al entrenador cántabro de regalar el partido. Preciado se la devolvió meses después, llamándole "canalla" y montando un quilombo espectacular que le atrajo la solidaridad de sus colegas y público en general.
Pues bien, treinta jornadas después va Mourinho y resulta que hace lo mismo, pone a los malos (un tal Kaká; Benzema, Higuaín..., casi nada) frente al Zaragoza y pierde, creando una cohorte de agraviados considerable, tal y como está el patio en la lucha por eludir el descenso.
"Entiendo que se enfaden los técnicos", dijo Mou preguntado al respecto, pues pudo comprobar cómo aquel escupitajo que lanzó el 23 de septiembre pasado hacía una especie de comba y le caía en pleno rostro. Solo le faltaba al engreído portugués que el destino también se regodee con sus desgracias, teniendo en cuenta que su palmito, lejos de concitar admiración, sirve de argumento para sostener programas de humor o profundos debates entre psiquiatras, analistas políticos y vocingleros de la telebasura, amén de ofrecer un inacabable pastizal a los tertulianos futbolísticos.
Mourinho se ha convertido en una figura casi imprescindible en el universo mediático actual, que tan necesitado estaba de hincarle el diente a un figurón así, no en vano no hay asunto más atractivo que un megalómano en plena fase depresiva. El entrenador del Real Madrid, a quien tanto le gusta tirar la piedra y esconder la mano, apenas sale de su casa por temor a rozarse con la plebe y se siente víctima, lógicamente solo cuando pierde, de una conspiración mundial que incluye a la UNICEF, cuyo logotipo luce desinteresadamente el Barça; la UEFA, cómo no, que le tiene tiña por su talante altanero, o toda la grey arbitral europea, sabiamente manipulada por el influyente Ángel María Villar, lo cual es mucho suponer.
Semejante brebaje de estupideces soltó Mou la noche de autos, cuando el Real Madrid cayó 0-2 con el Barça en el mismísimo Santiago Bernabéu perdiendo casi toda opción de alcanzar la gran final de la Liga de Campeones, y por consiguiente la ansiada Décima, presentándose ante el mundo como un cordero degollado.
En Inglaterra añoran escenificaciones como ésta, más que nada porque se lo pasaban bomba con sus ocurrencias cuando dirigía al Chelsea. En el selecto microclima futbolístico británico, Mou tenía la condición de payaso, y bajo este prisma el hombre les resultaba divertido. También fue visto como una especie de polichinela durante su exitosa trayectoria en el Inter, salvo entre la hinchada milanista.
Pero desde la perspectiva cainita que reverbera la rivalidad Barça-Real Madrid, Mou se ha convertido en un tipo peligroso, sobre todo porque ha logrado el respaldo y la complicidad a sus tesis de las tribus madridistas, y con ellas los medios de comunicación que las miman, jalean y retroalimentan.
El equipo blanco actúa como una secta y Mou ejerce de sumo sacerdote. En la secuencia de estos interminables Barça-Real Madrid, que tienen a Pepe convertido en el paradigma de la apuesta futbolística blanca, ha destacado sobremanera la agresividad exacerbada del bando madridista, hasta el punto de sobrepasar la violencia pura y dura. Pocas veces en tan poco tiempo se han podido ver pisar con saña al contrario (Pepe a Messi, Arbeloa a Villa, Marcelo a Pedro...) cuando éste estaba tendido en el suelo. Xabi Alonso juega más tiempo con la guadaña que con los pies. Sergio Ramos ejerce de mamporrero consustancial. Y Cristiano Ronaldo se desespera, perdido entre un fútbol pendenciero y resultadista que maltrata su ilustre linaje en partidos tan señalados; sojuzgado por el todo vale con tal de conseguir la victoria que proclama su técnico.
El siniestro Charles Manson jamás mató a nadie, pero indujo a sus reverenciales acólitos a la más horrible de las matanzas.
La derrota del Madrid B frente al Zaragoza, las reacciones a su histriónico pataleo y probablemente alguna reprobación de Florentino Pérez, responsable necesario del enorme escándalo, han hecho que The Especial One, que de tonto no tiene un pelo, rebaje su perfil retador hacia el resto de la humanidad en vísperas de enfrentarse al Barça en la última y definitiva batalla.
Desde el Real Madrid, y a través de su página web, se apela ahora a la épica, recordando que en la temporada 2001-02 aquel fabuloso equipo capitaneado por Zinedine Zidane remontó un 0-2 al Barça también en semifinales de la Champions, cuando conquistaron la Novena.
Abrumada por el magno desafío entre los dos gigantes futbolísticos, la Liga enseñó sus tripas mostrando el drama de los que pelean por eludir el descenso; drama en el que están implicados al menos siete equipos cuando tan solo restan cuatro jornadas para la conclusión del campeonato, y la carrera por conseguir un lugar en Europa; objetivo ineludible para el Athletic sobre todo si hoy supera en el estadio del Prat-Cornellà a un rival directo, pero en clara decadencia, como el Espanyol.