LA victoria de Alassane Dramane Ouattara (Ado, en la jerga periodística marfileña) es ya definitiva y doble: en las urnas y en los campos de batalla. Y si bien su elección como presidente de Costa de Marfil es plausiblemente legítima -en cualquier caso, más plausible que la de su rival y presidente saliente, Laurent Gbagbo- las dos victorias tuvieron una decisiva ayuda occidental. Electoralmente, porque el primer mundo aceptó la versión Ouattara; y militarmente, porque el empujoncito final para reducir las fuerzas de Gbagbo lo dio en Abiyán el Ejército francés.
A un observador imparcial le costaría mucho decir que Ouattara constituye una opción política mucho mejor que Gbagbo. Tanto uno como otro echó mano de las armas para defender sus aspiraciones; ambos toleraron la conducta bestial de sus hombres en tierras enemigas; y cada uno defendió su Costa de Marfil. Ouattara, la del norte -musulmán y pobre-, en tanto que Gbagbo se identificaba con la costa cristiana y más rica.
En realidad, la apuesta de occidente por Ouattara se debe a dos motivos. Uno, es el evidente mal gobierno que significó la presidencia de Gbagbo. El otro, y más importante, es que en muchas instituciones internacionales le conocían personalmente a Ouattara y le admiraban por sus dotes intelectuales y simpatía personal.
En su vida íntima, Ado registra un fracaso matrimonial -del que nacen 2 hijos -y uno afortunado. El segundo matrimonio ha sido con la francesa Dominique Folloreux, alta funcionaria pública de Houphuét, con la que vive armoniosamente amasando una impresionante fortuna inmobiliaria.
Ado pertenece a una familia aristocrática de Burkina Faso que había emigrado a Costa de Marfil para ampliar su poderío económico. Este era tan grande que, una vez terminados los estudios secundarios de "ADO" en Burkina Faso, la familia pudo enviarle a los Estados Unidos a estudiar Económicas. Allá se doctoró en 1967 y en 1968 ingresó en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Inteligente, hábil negociador y de una simpatía arrolladora, Ouattara usó el FMI como trampolín para ascender en 1983 a subgobernador del Banco Central de los países del África Occidental.
El salto de la banca a la política lo dio Ouattara en 1990 gracias al hundimiento del precio mundial del cacao, lo que dejaba a Costa de Marfil, primer productor mundial de esta fruta, al borde de la bancarrota. El presidente marfileño de aquél entonces - Felix Houphuét-Boigny - apeló a los servicios del economista marfileño y terminó ascendiéndolo a jefe de Gobierno.
Pero los méritos y el encanto de Ado no convencieron a todo el mundo. Especialmente Henry Konan Bédié, segundo hombre de confianza de Houphuét, le negó el pan y la sal. Y no sólo le sucedió Bédié a Houphuét en la presidencia, sino que, una vez en el poder se sacó de la manga una ley que cerraba el acceso a la presidencia a todo ciudadano cuyos padres no fuesen marfileños nativos. Era el caso de Ouattara. Pero era también una discriminación que afectaba indirectamente al importantísimo contingente de inmigrantes residentes en el país.
Y así, entre la ambición infinita de Ado, la enemistad étnica de siempre entre norteños y costeros y las inquietudes de la masa inmigrada, estalló en el 2002 una cruenta guerra civil en la que Gbagbo y Ouattara se repartieron por un igual méritos y desmanes hasta llegar al armisticio del 2007 que dio de forma muy discutible la presidencia a Gbagbo. Ahora, una segunda y fulminante guerra civil ha invertido las tornas y la presidencia es para Ouattara ... con unas dudas sobre la legitimidad de su victoria electoral parejas a las que empañaron la presidencia de Gbagbo en 2007.