EL partido frente al Real Madrid es el partido por antonomasia en San Mamés como bien se sabe, y ganar al gigante blanco siempre deja huella entre la afición rojiblanca, que lo celebra con ardor; y entre los jugadores, que sacan pecho y se ven todos más altos y guapos, como es natural después de lograr semejante gesta, y si luego algunos se van de juerga hasta las tantas, tampoco pasa nada, sino todo lo contrario. Hay barra libre: ¡han derrotado al Real Madrid! ¡qué grandes sois muchachos!, proclama el pueblo.
Lo que ocurrió hace un año, por ejemplo, fue paradigmático. El Madrid cayó en San Mamés y se dejó media liga en su desenfrenada carrera con el Barça, pero sobre todo marcó el devenir rojiblanco. En cierto modo fue como un punto de inflexión. Hubo un antes y un después. Aquel 16 de enero de 2010 el Athletic enterró definitivamente cualquier temor al descenso, santa campaña que había estado pegada a su falda en el último lustro. Fue una victoria cualitativa, como todas las que se cultivan a despecho del Madrid, alcanzada a base de mucha ilusión y un buen tazón de suerte, cierto, como es normal cuando enfrente está gente de la alcurnia de Cristiano Ronaldo o Kaká en su versión fetén.
En aquel partido el Athletic recobró su recia estampa, los jugadores se cargaron de autoestima y a resultas de aquel sortilegio pudo pelear hasta el final del campeonato incluso por una plaza en la Champions.
Fue, además, el gran triunfo personal de Joaquín Caparrós, lo mismo que la derrota del pasado sábado ha sido también la gran derrota personal del técnico andaluz, que si antes supo gestionar con diligencia y prestancia a un colectivo en crisis ahora fracasa cuando dicho colectivo da un saldo de calidad y exige otro fundamento futbolístico.
¿A qué quiso jugar Caparrós frente al Real Madrid? Es un misterio insondable, pues del follonero partido el único que sacó tajada fue el Madrid, construido por su sagaz entrenador portugués con hombres de batalla y apenas unas gotas de esencia (pongamos Di María), suficiente para desarbolar y dejar en casi nada a la voluntariosa, pero tácticamente descarriada tropa rojiblanca.
Me dio hasta rabia (mal asunto: ramalazo de hincha) ver a Mourinho repantingado en el banquillo y con un rictus de desidia por lidiar un partido incómodo, intrascendente a efectos prácticos, pues ya tiene la Liga perdida; como si le importara un huevo un encuentro que aquí cobra formas de ritual y dijera: a la espera de empresas verdaderamente transcendentales (léase los cuatro Madrid-Barça) con los jugadores de relleno que dispongo en la plantilla tengo de sobra para ganarles a estos. Luego, casi al final, Mou puso en el escenario a Cristiano Ronaldo con el solo fin de engordar sus estadísticas goleadoras para el trepidante duelo anotador que mantiene con Messi.
Mourinho miró por el encima del hombro al Athletic y ganó a Caparrós la batalla táctica resguardando a sus mejores hombres y sin necesidad de sufrir más de lo necesario. Sintomático fue, en cambio, que el técnico andaluz utilizara como pretexto el factor arbitral, o sea, apelara al empedrado, teniendo en cuenta que el trencilla Clos Gómez fue el mismo que, entonces sí, atracó literalmente al Athletic en el Sánchez Pizjuán. Pero aquel día Caparrós no dijo ni esta boca es mía, ni nada de nada, quizá porque estaba en Sevilla y jugaba contra su equipo del alma.
La derrota frente al Madrid escuece y arroja una sombra inquietante: nos hace caer en la cuenta que el Athletic, en la hora de la verdad, se vuelve a desinflar. Carece de carácter, juego y convicción para proyectarse hacia Europa con diligencia. El dato es suficientemente ilustrativo: el Athletic solo ha sumado siete de los últimos 27 puntos disputados.
Recuerdo que José Julián Lertxundi aprovechó el enorme lustre que otorga la victoria frente al coloso madrileño en la jornada 33 de la Liga 1993-94 para anunciar oficialmente que se presentaba a la reelección presidencial. Luego Jupp Heynckes, su entrenador, le dejó en la estacada y Lertxundi perdió las elecciones en favor de José María Arrate.
Supongo que García Macua aguardaba con ilusión la buena nueva de otro triunfo ante este Madrid desdibujado, desmotivado y carente de alicientes para anunciar también, quizás hoy, lo que es un secreto a voces: que se presenta a la reelección, con Caparrós de la mano, naturalmente.
Me imagino a Macua azorado, consciente como es de que una derrota así marca. Y trae consecuencias.