EL pasado fin de semana Alemania fue escenario de un cambio histórico, aunque casi anunciado: por vez primera un verde iba a presidir un gobierno. En uno de los estados federados más conservadores y ricos de la República (y en el que están ubicadas cuatro centrales nucleares) -Baden Wuerttemberg-, las elecciones estatales fueron ganadas por el partido de Los Verdes que preside el catedrático Winfried Kretschmann, de 62 años.
Aparentemente, estos han sido los comicios de los absurdos. Porque Kretschmann y los ecologistas de Baden Wuerttemberg se toleran a duras penas pese a ser Kretschmann miembro fundador del partido. Y se toleran tan poco que este catedrático católico de Ética, Química y Biología, que comenzó su carrera política como comunista maoísta, plantó en dos ocasiones al partido y renunció a su acta de diputado por discrepar del -a su parecer- programa quimérico de sus correligionarios.
En realidad, Kretschmann no es nada maquiavélico y destaca por un sentido pragmático tan hipertrofiado como su amor a la ecología, en tanto que Los Verdes de su Estado tienen una irrefrenable querencia a las quimeras. Para rizar el rizo, Kretschmann se ve abocado a la jefatura de un gobierno cuando sus metas políticas en esta campaña electoral apuntaban solo a la cartera de Finanzas en un gabinete de coalición de Los Verdes con los cristianodemócratas (CDU), y ahora tendrá que presidir una coalición de Los Verdes con los socialistas.
El que por primera vez en la historia de la RFA Los Verdes puedan presidir un gobierno estatal se debe ante todo a los errores de los partidos gubernamentales de la República y de Baden Wuerttemberg: CDU y liberales en ambos parlamentos.
En Stuttgart, el Gobierno estatal se empecinó en llevar a cabo una costosísima reforma de transportes ferroviarios -el llamado programa Stuttgart 21- que la opinión pública no solo no entendió ni aceptó, sino que rechazó con tal ahínco que hubo más de un enfrentamiento con las fuerzas del orden público. Y mientras hubo violencia policial en abundancia, las aclaraciones faltaron totalmente. El gobierno saliente debe todavía una explicación inteligible de su apuesta por el Stuttgart 21.
Estos antecedente políticos locales de las elecciones del pasado día 27 se vieron potenciados enormemente por las piruetas políticas del Gobierno federal, cuya canciller, Angela Merkel, abandonó a sus aliados occidentales en la crisis libia sin dar unas explicaciones satisfactorias a la opinión pública. Y donde la canciller también bordeó el ridículo fue en el tema energético, con una parada legislativa acerca de las centrales nucleares de toda Alemania.
Y es que un par de meses atrás, el Gobierno federal decretó prolongar 15 años más la vida útil de las centrales atómicas más viejas del país "dada la seguridad de las mismas", para descolgarse a los pocos días de la catástrofe japonesa de Fukushima con una suspensión fulminante de la prórroga. Ninguna de estas decisiones gubernamentales fue defendida ante la opinión pública con argumentos políticos o científicos. El pasmo popular en el caso de la pirueta nuclear fue tal que Stefan Mappus -presidente del Gobierno saliente de Baden Wuerttemberg- declaró la semana pasada, al hablar de la política energética de la Merkel, que "con eso de las centrales nucleares los políticos rozan la histeria…"
…Y caen de bruces en la pérdida del poder. Aunque, como en este caso, sea tanto por culpas propias como ajenas. Porque en cuestión de centrales nucleares también la opinión pública es proclive a la histeria.