apartir del próximo mes de mayo, la Unión Europea será social y laboralmente casi territorio único: todo el mundo tendrá derecho a trabajar y residir donde mejor la plazca. Y si lo quisieran, los 74 millones de ciudadanos de la Europa Oriental que ingresaron en la UE en su penúltima ampliación podrían mudarse todos a vivir en Alemania, Francia o España.
Y a partir del 1 de enero del 2014 podrían hacerlo también los 29 millones de ciudadanos de los dos últimos Estados ingresados en la Comunidad: Bulgaria y Rumania. Y es que en esa fecha expirará la moratoria impuesta a los más recientes y pobres miembros de la Unión Europea.
Evidentemente, este centenar de millones de nuevos habitantes de la Comunidad no se va a lanzar en masa sobre las naciones ricas de Occidente, en una especie de moderna migración de los pueblos. Pero la gran diferencia de nivel de vida entre la Europa rica y la ex comunista constituye una tentación casi irresistible para los jóvenes con una buena preparación profesional. Además, mientras dure la actual crisis económica mundial, los más débiles de la gran UE - jubilados y gente sin oficio de las naciones ex comunistas- carecerán tanto de futuro como de presente en el este de la Comunidad. Solo un par de datos cómo referencia: el salario promedio en Rumania no llega a los 400 euros mensuales y son legión los jubilados que han de sobrevivir allí con pensiones de 50 euros mensuales.
Políticos, sociólogos y economistas de Europa Occidental discrepan grandemente sobre el impacto inmediato que causará el probable alud de esa gente. En los años de bonanza, cuando en el este se tenía esperanzas de una rápida mejora del nivel de vida, los estadistas calcularon que la tentación occidental atraería al 2% de los euro-orientales recién ingresados; la verdad es que vinieron más del 5% (en el caso de España, la cifra total fue de 2,3 millones de personas -en 10 años- procedentes de los Estados últimamente incorporados). Y buena parte de la mano de obra euro-oriental -en especial polacos, checos y eslovacos- supuso una oferta laboral de alto nivel profesional y excelente moral productiva. Pero un número igualmente importante fue el de los "parasitarios": gente sin oficio ni beneficio, maleantes, prostitutas, mendigos profesionales.
En Gran Bretaña y Alemania los gobernantes creen que podrán desarrollar políticas laborales selectivas, que atraigan profesionales altamente cualificados -que escasean ya en occidente y faltarán aún más en cuanto se afiance la bonanza- y los pesimistas de Francia e Italia temen que el porcentaje mayor de los que vengan por mor de los derechos comunitarios no estará en condiciones de ganarse la vida y, por tanto, vivirá total o mayormente de la seguridad social de los respectivos países anfitriones.
En Alemania, donde las prestaciones sociales son muy generosas, muchos políticos municipales temen que a partir de mayo les llegue una inmigración especialmente alta de jubilados y viejos.
Las leyes del país prevén que cualquiera que haya residido 5 años en la República puede acogerse a los beneficios sociales germanos en las mismas condiciones que un indígena. Y dada la gigantesca diferencia entre las prestaciones sociales alemanas y las de los nuevos Estados comunitarios, todos lo que tengan ahorros o familiares que les ayuden económicamente harán el esfuerzo de malvivir durante cinco años en la República Federal Alemania para alcanzar después un nivel de bienestar que en sus países de origen no consigue ni la mayoría de los trabajadores en activo.