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Los mensajes que dejan la derrota

Los mensajes que dejan la derrotaFoto: pablo viñas

EL partido frente al Villarreal tenía una trascendencia evidente para calibrar el grado de jerarquía, determinación y capacidad del Athletic para aspirar a metas mayores, como es la Liga de Campeones, y ya sabemos que los chicos de Joaquín Caparrós no están para grandilocuencias. Pero ahora surge la otra inquietante pregunta, cuando sólo quedan nueve jornadas para cerrar el quiosco y los errores se pagan muy caros: ¿Lo están para clasificarse entre los siete primeros, situación que han mantenido con regularidad, y por consiguiente disputar la próxima Liga Europa, objetivo marcado de inicio por el club bilbaino al comprobarse en el curso anterior la capacidad que tiene el Athletic para alimentar sueños y esperanzas entre sus seguidores y después dejarles descompuestos y sin novia?

Tengo un mal pálpito: me parece que el Athletic sigue en crisis. Aunque no necesariamente de juego o de resultados. Crisis que asomó tras la jornada 22 debido al mal de altura, cuando después de vencer 3-0 al Sporting y engarzar cuatro triunfos consecutivos aposentó sus reales en la quinta plaza, con ocho puntos más que el octavo clasificado. Entonces vino la euforia lógica, pero el Athletic, en vez de contagiarse de la alegría, cobrar confianza y asumir el reto propuesto por los buenos resultados, le pudo el vértigo y se vino abajo: Cuatro derrotas consecutivas, victoria con muchísima suerte ante el Sevilla y empate de aquella manera, en el último suspiro, frente al Getafe tras un partido lamentable.

En esta situación vacilante y llegado el momento de echarle sustancia a la cosa contra el Villarreal, el resultado final indica que el Athletic es un equipo pusilánime, mayormente porque su entrenador, Joaquín Caparrós, está preso de la duda metódica. En vez de proponer un partido físico, de fútbol directo, ahora sí, a lo Caparrós, hasta sojuzgar a un equipo castigado por la intensidad y desgaste que le exige su brillante aventura europea, dibujó un encuentro temeroso y mortecino. Jugado al paso y sin emoción, que narcotizó a la hinchada y le vino de perlas al rival, que técnica y posicionalmente se maneja muy bien por estas coordenadas futbolísticas.

Semejante interrogante se descubrió luego, cuando Marco Ruben anotó el único gol del encuentro y provocó la briosa, pero tardía y trompicada reacción del Athletic, que solo sirvió para demostrar que sí podía con su rival, pero no de la manera planteada por Caparrós; táctica que sin embargo el propio entrenador ensalzó en su análisis ulterior del partido, es decir, reafirmándose en la idea de intentar vencer al Villarreal jugando a cámara lenta, con una precaución que escondía miedo, y no con la determinación de quien está convencido de afrontar una tarde grande, pórtico de la Champions, y encima en San Mamés, al amparo de sus fieles, que acabó diluida en el puro bostezo hasta que el gol de Marco Ruben despertó al león herido y también al propio Caparrós, que rectificó en toda regla, pero entonces no apareció la buena suerte que hubo ante el Sevilla y en Getafe.

Por eso da la impresión de que el Athletic está en crisis: le falta convicción, la sensación íntima de que puede, y así no se va a ninguna parte. Los grandes entrenadores triunfan porque saben acoplarse a las necesidades de un equipo o construirlo armoniosamente según sus ideas, pero sobre todo porque ejercen de aplicados psicólogos. Convencen a sus jugadores de que son mejores de lo que parecen, o en su defecto de que no son menos que nadie.

El Athletic navega a la deriva porque tiene un patrón que no sabe fijar el rumbo correcto, pero también es cierto que navega en una Liga tan descontrolada que afortunadamente está dando segundas y terceras oportunidades para rectificar, argumento al que habrá que agarrarse a la espera de acontecimientos.

El partido comenzó con la solemnidad que impone el minuto de silencio guardado por las víctimas de Japón, ceremonial que sin embargo no hubo con las víctimas mortales del terremoto que asoló Haití el 12 de enero de 2010, en número superior a 300.000; o por los 90.000 que perecieron en el terremoto de Sichuan (China) el 12 de mayo de 2008, o el de Chile, o tantas otras catástrofes que destruyen vidas y futuro. El Valencia fue más allá y serigrafió en las camisetas los nombres en japonés, en un claro guiño mercantilista. Como sabrán, en Japón están cada vez más seducidos por nuestra Liga y sus productos. Y pagan muy bien.