Las últimas declaraciones de Jean-Claude Trichet en el sentido de que el BCE mantendrá una fuerte vigilancia en torno a la evolución de los precios con el objetivo de frenar la inflación y mantenerla en la zona del 2% ha disparado la expectativa de una subida de tipos de interés en Europa. Esa decisión pondría en riesgo la débil recuperación económica en algunos países, porque en otros, caso de España y dadas sus diferencias con los principales países europeos, el incremento de precios incidirá en una economía estancada por el desempleo y la falta de consumo. Es decir, conducirá a una estanflación o, por decirlo en otras palabras, a un estado catatónico que, como dice la Real Academia de la Lengua, se caracteriza por una falta de movilidad y de voluntad.
El detonante de este panorama viene de la mano de los movimientos revolucionarios que se han producido en el norte de África, especialmente en Libia, uno de los grandes productores de petróleo, con la consiguiente escalada especulativo en el precio del crudo que afecta al conjunto del IPC, mientras que el BCE, cuyo principal y casi único objetivo reside en mantener la inflación a medio plazo por debajo del 2 por ciento (actualmente se encuentra en el 2,4%) deja ver la posibilidad de aumentar los tipos de interés antes de lo previsto (tercer trimestre) y evitar así lo denominados "efectos de segunda vuelta", que se traducen en una espiral precios-salarios.
Para el conjunto de la economía europea resulta preocupante esta situación. De hecho, el mercado de divisas ya está descontando esa posible subida de los tipos de interés en Europa y el viernes pasado, el cambio del euro respecto al dólar registró una revalorización del 8 por ciento, mientras que el Euribor, que sirve como referencia para fijar los tipos de interés en los créditos, sigue subiendo. Cierto es que una subida del euro reduce la factura petrolera europea, pero crea otros problemas más graves, como son el encarecimiento de las exportaciones y un incremento en los costes de las hipotecas. Sin olvidar, claro está que la subida del petróleo se aplica casi automáticamente en el precio de los carburantes, aunque su incidencia real se demore casi tres meses.
Pero hay otros problemas añadidos que se acentúan en la economía española. Para empezar, la inflación se ha situado en febrero en el 3,6 por ciento, muy superior a la media europea. No hace falta decir que el paro está en el 20 por ciento y que la morosidad bancaria lastra considerablemente a todo el sistema financiero. Por si fuera poco, el crecimiento económico sigue estancado, pese a los buenos datos que registran algunos socios europeos como Alemania, pese a los "brotes verdes", anunciados por la ministra Salgado, o pese a medidas, como la ineficaz reforma laboral.
Por todo ello, el escenario se puede complicar porque descenderán las exportaciones europeas por la subida del euro, subirán los costes de las hipotecas restando liquidez y capacidad de gasto a las familias, se encarecerán los créditos a las empresas y, en definitiva, se pondrán nuevos obstáculos a una hipotética recuperación económica que, en palabras de la ministra Salgado, se registraría en el segundo semestre de este año. Por cierto, y abundando en las declaraciones de la citada ministra, hay que reconocer el mérito que tiene esta mujer, inasequible al desaliento y capaz de mantener su optimismo después de tantas fallidas previsiones como acumula en expediente curricular como miembro del Gobierno de Zapatero.
Ahora se descuelga diciendo que "en el último trimestre de este año estaremos creciendo como la media de la UE y crearemos empleo neto". Deseamos que acierte en sus previsiones, algún día tendrá que hacerlo (digo yo). Claro que, cuando añade que "espero que el señor Trichet tendrá en cuenta los intereses de todos", en referencia a esa posible subida de los tipos de interés en la zona euro, es para ponerse a temblar, porque el BCE, a diferencia de la Reserva Federal de EE UU, no contempla entre sus objetivos principales el crecimiento económico, sino la inflación que ahora pretende frenar para evitar daños mayores en los países tractores de la economía europea, como Alemania y Francia, aunque vaya en detrimento de los más débiles, como España que, como decíamos al inicio de estas líneas, puede caer en la estanflación.