LA estabilidad política sigue siendo la asignatura pendiente de los Balcanes, con grandes protestas populares en Albania y Serbia y una tensión creciente en Kosovo, Bulgaria y Rumania.

En todas estas naciones el caldo de cultivo del descontento es el encarecimiento del coste de la vida y la indefensión del ciudadano ante la corrupción administrativa. Este es un fenómeno que se da siempre en la transición de un sistema dictatorial a uno democrático, pero en los Balcanes y en casi toda la Europa ex comunista la gente está perdiendo le paciencia, porque hace ya veinte años desde el hundimiento del comunismo en el Viejo Continente.

Y de todos estos escenarios del descontento popular, el más peligroso es el serbio tanto por sus dimensiones - 8.000.000 de habitantes - como por su influencia en todas las naciones vecinas; una influencia decisiva en el caso de Albania, Bosnia, Croacia, Kosovo y Montenegro.

Por ello y porque Belgrado quiere ingresar en la Unión Europea en Bruselas se ha seguido con suma atención la situación serbia donde el pasado fin de semana se registraron grandes manifestaciones antigubernamentales. En la capital serbia salieron a la calle cerca de sesenta mil personas, reclamando la convocatoria de elecciones en un plazo de dos meses.

Lo sorprendente de esta convulsión política ha sido la conducta relativamente pacífica de los manifestantes. El hecho de que las masas planteasen una exigencia tan abstracta como el adelanto de los comicios y que no hubiera desmanes se debe a que ni oposición ni Gobierno quieren hipotecar las negociaciones con la Unión Europea con violencia políticas que hagan de Serbia un miembro indeseado. Y se debe también a que el organizador de la protesta fue el mayor partido de la oposición - el Partido Serbio del Progreso, que preside Tomislav Nicolic- cuyo número de seguidores es parejo al del partido gubernamental -el Socialdemócrata- de Boris Tadic.

La explicación del momento de la nueva ofensiva de Nicolic se halla en realidad fuera de Serbia. Y es que en los últimos años el Partido del Progreso ha renunciado a su nacionalismo radical y excluyente para adoptar una postura mucho más dialogante y europeísta.

Esta moderación y la aceptación de las premisas políticas comunitarias han determinado que tanto los Estados Unidos como la Unión Europea hayan retirado últimamente su veto a Nicolic. El paso les ha resultado tanto más fácil por cuanto el fracaso del Gobierno serbio actual en la lucha contra la corrupción y la pobreza parece total