Desasosiego, esperanza e impotencia
Pese a los esfuerzos mediáticos que despliegan los gobernantes, el panorama socioeconómico sigue sin mejorar y, analizando lo que nos deja la pasada semana, el ciudadano de a pie se deja llevar por sensaciones contradictorias como al desasosiego que siente al asistir como simple convidado de piedra a la triunfalista puesta en escena de la firma del acuerdo para la reforma de las pensiones porque, por muy necesaria que pueda ser esa reforma, significa un endurecimiento de las condiciones para, en un futuro, acceder al régimen de pensiones. La escenificación del acuerdo social ha venido acompañado, casualidades de la vida, por datos oficiales que indican el incremento del paro registrado y del IPC. Dos factores esenciales en el bienestar de la sociedad.
Esas mentes privilegiadas y con responsabilidad de gobierno que hace poco tiempo negaban la crisis hoy se muestran ufanas por una reforma que, se mire por donde se mire, resta capacidad monetaria a los futuros jubilados, mientras que el factor fundamental para la financiación del sistema de pensiones, paradojas de la vida, reside en el empleo porque la caja de la Seguridad Social se nutre de las aportaciones de los trabajadores y empresas. Así que, mientras el paro siga subiendo (poco o mucho lo sigue haciendo) se reducirán los ingresos y aumentarán los gastos para pagar las subvenciones del desempleo. Por si fuera poco, con la subida del IPC (3,3% en España frente al 2,2% en la eurozona) y la congelación de pensiones y la reducción de los salarios de los funcionarios desciende la capacidad de gasto y el consumo privado se resiente.
No cabe duda que, observando este esquema, la sociedad en general y los jóvenes en particular deben sentirse extremadamente desasosegados ante el incierto e inquietante futuro que les espera, en tanto Gobierno, sindicatos y patronal celebran el acuerdo como si fuera la panacea. Algo similar a la postura que adoptaba Zapatero poco después de aprobarse la Ley para la reforma laboral que, en palabras del presidente del Gobierno "debe ayudar a crear empleo", aunque matizaba que "cuando la economía crezca un mínimo necesario". Una perogrullada porque, con reforma o sin reforma, una economía en crecimiento (por encima del 2%) siempre ha creado empleo.
En consecuencia, la primera condición para crear empleo, al margen de reducir las subvenciones al paro y aumentar los ingresos de la Seguridad Social que garanticen el pago de las pensiones en el futuro, reside en el crecimiento de la propia economía, cuyo principales factores no están en el tejido laboral o el costo de las pensiones, sino en la solidez del sistema financiero (bancos y cajas) que permita, entre otras cosas, acceder al mundo empresarial a los créditos que faciliten la inversión para mejorar la tecnología, productividad y competitividad para estar presentes en los mercados internacionales en condiciones de relativa igualdad respecto a otros países.
En este sentido, hay que consignar algún síntoma de esperanza en los datos conocidos esta pasada semana en la industria vasca, ya que, en 2010 se ha registrado una ligera recuperación de la producción industrial en la CAV de un 1,8%, según el Eustat; así como algunos signos positivos como que las empresas de máquina herramienta han conseguido duplicar sus pedidos, tal y como afirma AFM, la patronal del sector.
Son datos para la esperanza, aunque deben ponerse en cuarentena porque están precedidos de otros que señalan un retroceso en el empleo industrial de Bizkaia y Gipuzkoa durante el último trimestre del pasado año.
De cualquier forma, junto a las grandes dosis de desasosiego y escasos síntomas de esperanza, la impotencia se hace un hueco en la sociedad al comprobar el imparable incremento de los precios en materias primas y alimentación, así como el progresivo endurecimiento de las condiciones para acceder a los créditos, mientras los banqueros saludan con alegría la reforma de las cajas, cuya factura será financiada con dinero público (salvo contadas excepciones como las cajas vascas), al tiempo que presentan unos excelentes resultados de sus bancos en el 2010 con beneficios cercanos a los 13.000 millones de euros entre los dos grandes bancos españoles.
Lo dicho, hay desasosiego porque la reforma laboral, aunque necesaria, no será suficiente en un escenario con ligeros síntomas esperanzadores que no se han confirmado y con una sociedad impotente ante la subida de precios, la bajada de salarios y los beneficios bancarios. Cuando se aprobó la reforma laboral, Zapatero dijo que "el sacrificio que pedimos a los ciudadanos hoy es la prosperidad de mañana". De momento, la prosperidad solo se ve en los bancos.