Después de perder ayer ante el Villarreal y haberlo hecho antes contra el Barça, Valencia, Sevilla y Atlético de Madrid, o sea, todos los gallos de la División con los que se ha enfrentado, y sin embargo haber podido doblegar a los rivales del montón, el Athletic ha entrado de lleno en una crisis existencial.
El dato es peliagudo. Porque, según lo visto y atestiguado hasta la fecha, comienzan a resquebrajarse las buenas palabras y mejores intenciones con las que se inició la ruta liguera. Justo ahora, caminadas las diez primeras jornadas. Cuando Joaquín Caparrós había asentado un equipo titular, a la espera del cacique Amorebieta, va el invento y se viene abajo.
Para empezar, los dos niños de la banda izquierda, léase Jon Aurtenetxe y Gorka Muniain, que fabricaron la jugada y sirvieron en bandeja el prematuro gol de Fernando Llorente, acabaron como el rosario de la aurora. El primero expulsado (ya le vale al árbitro) y el segundo semidesquiciado, como si los cánticos y alabanzas recibidos tras su partido ante el Getafe le hubieran llenado la cabeza de pajarillos.
Para seguir, el apolíneo Llorente anotó otra diana, estupendo, pero luego se empeñó en hacer la guerra por su cuenta y se pasó de chupón. Tampoco funcionó su fiel escudero Toquero, que corre y corre, y ya no llega a ninguna parte. De los centrales, mejor ni hablar. Resulta además que Susaeta, que ha pasado en poco tiempo de ser la gran frustración a convertirse en la gran esperanza, se retira del escenario con premura a causa de un golpe. Y qué decir del portero Iraizoz, tan espléndido en tres acciones providenciales como colaborador necesario en los dos primeros goles del Villarreal.
Brilló por su ausencia además esa casta que sacan los jugadores para contraponer con torrentes de sudor una mala tarde. Y también brillaron por inéditos De Marcos o Ion Vélez, evanescentes alternativas propuestas por Caparrós para enderezar lo irremediable. O la capacidad para gestionar un resultado positivo, sobre todo, en la primera parte. Y por faltar, hasta faltó el gol postrero de Gabilondo, tan hermoso como inútil. El nefasto partido tuvo hasta banda sonora, pues ya se escuchan desafiantes los tambores lejanos, visto y comprobado que la Real Sociedad está por delante en la clasificación, y sus seguidores, crecidos como están, lo gritan sin rubor alguno: ¡A Europa vamos, vía San Mamés!
Es lo que tiene el fútbol, que por veleta y proclive a la desmesura atrapa, irrita, apasiona. Ahora bien, por desgracia esta Liga, como la pasada, sí tiene una verdad incuestionable: solo la pueden ganar el Barça o el Real Madrid, con lo cual se puede decir que está a la misma bajura del campeonato escocés, donde Celtic y Rangers ejercen como déspotas y se disputan el título año tras año, mientras el resto hacen coros y se afanan en comer las sobras del gran pastel.
Corregidos algunos desajustes iniciales, Madrid y Barça ya navegan firmes como transatlánticos a un nuevo reencuentro, fijado para el próximo 28 de noviembre en el Camp Nou, en donde Guardiola y Mourinho tendrán otra oportunidad de confrontar sus enormes egos.
En ello están desde hace tiempo esos monstruos de la radio deportiva, con Pepe Domingo Castaño y Paco González al frente, que se pasaron en bloque de la Ser a la Cope y allá despliegan sus alegres sonsonetes como si nada hubiera pasado. Pero ha pasado el Papa, y lo que son las cosas: mientras Benedicto XVI acusa a nuestra sociedad de anticlericalismo atroz, como en la República, la emisora de sus obispos aprovecha el tirón que sus muchachos tienen a causa de la fe futbolística para incitar a su audiencia, mayormente joven y enchufada a internet, a caer en la ludopatía, con machacona invitación a participar, como si fuera un inocuo juego de niños, en las apuestas deportivas o en las partidas de póquer on line. Seguro que con este tipo de publicidad engañosa ganará una buena pasta (la Cope), pero me parece una exhibición impúdica de amoralidad, o de doble moral, o de falta de moral, esa palabra que tanto gusta al clero, y al Papa. Cuando les conviene.