EL sueño de la razón produce monstruos y Telecinco los ficha a precio de oro. Es un absurdo más de la televisión que hemos creado con nuestro mando a distancia, esa urna digital que tumba programas de calidad sin que le tiemble el pulso y ensalza otros que deberían estar penados por la Convención de Ginebra. Nada nuevo bajo el sol si no fuera por lo soez que resulta esa imagen de país donde un medio de comunicación paga 1,2 millones de euros a una persona y la despieza en vivo delante de la pantalla para regocijo de la audiencia y de sus compañeros. Belén Esteban ya fue investigada por la Oficina del Defensor del Menor por el uso que hacía de su hija en los programas del corazón. Ahora, el fiscal debería investigar a Telecinco para ver si considera maltrato el uso que hace de la denominada princesa del pueblo a la que ridiculiza un día sí y otro también. Su clase de historia en Sálvame, búsquenla en YouTube, es antológica y deprimente a la vez: la ex de Jesulín explicando que el Neolítico y Paleolítico pertenecen a la Edad Media y cuando todo el plató salta en carcajadas rectifica diciendo: "¡O a la Moderna!". Qué más da, si en el mundo en que vivimos puede presumirse de la propia ignorancia como si se tratara de una virtud. Cada vez que veo a Belén Esteban con sus ademanes primarios y sus desequilibrios emocionales, un chispazo me recorre el espinazo y recuerdo a Tamara, aquel juguete roto al que acompañaba su madre con un ladrillo en el bolso. La convirtieron en musa de la postmodernidad y luego la dejaron caer sin contemplaciones cuando ya no servía. Belén Esteban seguirá el mismo camino, pero, al menos, tendrá un colchón de billetes para no romperse la crisma. Patético.
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