Asistimos confusos en Bermeo al deterioro físico de una valiosa muestra de la cultura vasca moderna, el Batzoki de 1934. El evidente riesgo de pérdida exige una urgente restauración y, dada su entidad, su utilización con funciones de interés colectivo. El notable arquitecto bermeotarra Pedro Ispizua Susunaga proyectó el edificio en 1932 según las teorías arquitectónicas del “Movimiento Moderno” de principios del siglo XX, en su personal versión “expresionista”. El Batzoki fue la última gran obra de las realizadas en las cuatro décadas anteriores al golpe militar de 1936; en ellas surgieron varios servicios importantes de carácter público (Escuela de Náutica, Sanatorio Provincial, Casa del Niño, Cofradía de Pescadores, Lamera, escuelas, colegios, sociedades...). Indicadores de un interés común por el bienestar, el progreso y la cultura del municipio; también por la mejora del urbanismo de la Villa, su dignidad formal, arquitectónica, mediante elementos icónicos nobles que aún la identifican. Los mejores arquitectos del País, algunos de ellos bermeotarras, participaron en la tarea: Anasagasti, Arzadun, Ispizua, Bastida, Achucarro, Arginzoniz… siguieron, con medios más modestos, la línea de notables colegas europeos que embellecían las ciudades de la época. Actitud en la que, más recientemente, insistía el arquitecto vasco Peña Gantxegi: las intervenciones arquitectónicas deben aportar a la ciudad mayor calidad que la encontrada antes de actuar; añadir riqueza, belleza urbana; no reducirla por intereses particulares. El edificio de Ispizua fue una de esas enriquecedoras aportaciones.
Actualmente, el Batzoki está incluido en el listado de la organización internacional DoCoMoMo, para la conservación de la arquitectura del Movimiento Moderno. Asimismo parece estar considerado oficialmente como “bien de interés cultural”, por el Gobierno vasco y el Ayuntamiento; pero ello no bastaría para garantizar su protección efectiva; ni siquiera calificándolo al máximo nivel. La garantía de protección de un inmueble requiere acciones positivas, como el cumplimiento del deber legal de conservación por parte de la propiedad; pero aún haría falta algo más, puesto que un edificio sin uso se degrada; la protección efectiva exige una actividad; en el caso del Batzoki, sus condiciones arquitectónicas, urbanísticas, históricas, etc. señalan, como ya se ha indicado, que la mejor opción sería destinarlo a especiales dotaciones o servicios colectivos de carácter local, comarcal, incluso territorial.