La muerte nos aterra. Atraviesa hasta corporalidades. La he sentido como un relámpago de invierno. A veces no sabes dónde se esconde. Siempre en la otredad y con mucha distancia. Tiene mucho carácter y personalidad; advierto. Este verano he visto fallecer a mi padre con sesenta años y su madre (mi abuela) once días después. Y aprovechando que estamos de vuelta al cole, he rescatado la habilidad de colorear páginas en blanco. Por favor, hablemos de la muerte en colectividad pública, con amor y honestidad. Es irreductible.