He experimentado una sensación de arrobamiento, un éxtasis inefable mientras seguía la misa funeral por Francisco; el motivo ha sido oír rezos y cánticos en latín que suenan como el gorjeo de los pájaros; un arrullo que te adormece y parece que levitas. Acude a mi mente la anécdota de un ministro de hablar ampuloso, personaje dicharachero, quien durante una sesión en las Cortes bramó cual fanfarrón que era ineludible menos latín y más deporte, preguntándose y preguntando para qué servía dicha lengua. Le replicó un mordaz e irónico procurador espetándole que gracias al latín, a Su Señoría, nacido en Cabra, le llamasen egabrense, y no otra cosa. Hemos permitido que las lenguas clásicas hayan sido arrumbadas del sistema educativo e incluso vilipendiadas, como algo propio de personas ultramontanas, carcas y retrógradas. ¡Qué osada es la ignorancia!. ¿Cuánto le debemos al latín y al griego?. Vivir en un mundo donde imperan la tecnología, la IA, no debe servir de coartada para perpetrar un ‘genocidio’ cultural que nos empobrece y reniega de nuestras raíces. Soy consciente de que estas profundas reflexiones son un brindis al sol y me refugio en el recuerdo: rosa, rosae, rosa, magnis itineribus, impedimenta, et caetera. Gracias D. Fermín, D. Moisés, D. Lorenzo.