En algunas ocasiones, la vida nos sorprende con casualidades que nos llevan a reflexionar. La víspera del fallecimiento del Papa Francisco, me encontraba plácidamente arrellanado viendo una emotiva película: Las Sandalias del Pescador. En este filme, el protagonista es elegido sucesor de Pedro en medio de un mundo convulso sobre el que se cierne la amenaza de una guerra nuclear y hambrunas, ¿nos suena? Imagino que sí. El nuevo Papa, como todos, es un hombre de carne y hueso, plagado de dudas, que se ve impotente ante la ciclópea tarea que le espera y duda de si será digno de llevar el anillo piscatorio. 

En el mundo real actual, el que resulte sucesor del Papa Francisco se va a encontrar inmerso en un mundo totalmente polarizado, en el que se rumia la incertidumbre; independientemente de que sea tradicional o heterodoxo, creo que los católicos debemos apoyarle a desarrollar su ingente labor pastoral y a que sus sandalias de pescador le proporcionen seguridad, puesto que se encontrará en un entorno lleno de arenas movedizas y minas ocultas dispuestas a explotar cuando alguien las pise. 

En su fuero interno, el Papa, tanto el recién fallecido como el que le suceda, no es más que un hombre que siente y padece, ríe y llora; posee virtudes pero también defectos aunque le tratemos como Sumo Pontífice o Su Santidad. 

Imaginemos por un momento que va sentado en la silla gestatoria y quienes pertenecemos a su grey, soportamos sobre nuestros hombros tan beatífica carga. 

En breve, fumata blanca: Habemus Papam.