Ayer coincidí en las escaleras de una clínica privada con una chica de mirada cansada y unos papeles de Osakidetza que le derivaban allí. Iba a abortar, pero estaba con ojos llorosos, triste, apesadumbrada, dubitativa. Definitivamente, no parecía que quisiese abortar, parecía más una obligación que le hubiesen impuesto desde su entorno, más que una decisión propia.
Al verla recordé el coraje de mi ama cuando a los 23 años se quedó embarazada de mí y todo su entorno la invitaba y dirigía a abortar. Me tuvo en contra de todos y trabajó duro, incluso haciendo carreteras, por mí.
Ahora me pregunto si la chica de ayer llegaría a abortar o no, y si lo hizo, si será capaz de vivir feliz. Ayer no se la veía nada feliz. El aborto es un derecho, y debe seguir siéndolo, pero el no abortar también. Y Osakidetza o las clínicas privadas deberían atender, entender y acompañar también a quien así lo decida, aunque su entorno esté en su contra.