Cuando Trump anda detrás del asalto al Capitolio, cuando es condenado varias veces por abusos sexuales, no es una persona devorada por el personaje. Netanyahu no pierde su papel cuando ordena bombardear un campo de refugiados cerca de Rafah, y resuenan sus escándalos sexuales. El caso de Errejón, salvando la distancia de los puestos de poder, tampoco. El problema es que estas personas llevan en su ADN valores machistas, clasistas, xenófobos y prepotentes. Ejercen el poder por ser hombres y el gran poder porque gobiernan países o están en órganos de decisión cuyas consecuencias repercuten en la ciudadanía. No son casos aislados, ni localizados geográficamente en un territorio. Es el día a día en cualquier rincón del planeta. Son hombres borrachos de poder, falta de empatía, egocentrismo, soberbia y arrogancia que no se arrugan ni cuando parecen disculparse. “No volverá a ocurrir”, decía otro de esta cuadrilla, muy campechano. Estas personas seguirán defendiendo su psicopatía refugiándose en el personaje, pero no son actores representando un papel. Es mucho más grave. Es la decadencia absoluta de los valores humanos.