Hace unos días, finalizando el mes de octubre, fallecía la joven iraní de origen kurdo Armita Garavand. La noticia no transcendió mucho en los medios de comunicación. Estuvo 28 días en coma, tras ser golpeada brutalmente por la policía de la moral de su país por no llevar el hiyab adecuadamente puesto. En 2020, otra joven, Masha Amini, murió en parecidas circunstancias y por el mismo motivo, el hiyab usado incorrectamente. Su trágica muerte entonces desató toda una serie de reacciones, dentro y fuera de Irán, reivindicando la libertad de las mujeres y niñas de llevar o no dicha prenda, ante la asfixiante batería de leyes, que conculcaban los derechos de todas ellas: castigos, cárcel, prohibición de ejercer determinadas profesiones... por negarse a llevar dicha prenda. Esto se traduce en una total discriminación y violencia contra esas mujeres, contra esas niñas. La ONU lleva denunciado enérgicamente esta práctica hace mucho tiempo. Existe una campaña para que se considere un apartheid de género y crimen de derecho internacional. Cuando este 25 de noviembre, salgamos a las calles, nosotras afortunadas occidentales, no las olvidemos. Hagamos su lucha también nuestra y recordemos, por supuesto, a las ignoradas afganas, condenadas al más puro ostracismo y reducidas a la nada. Que ese día y los venideros, nos unamos más que nunca.