Tengo una perra, Laida, que solamente ladra y salta de alegría cuando me ve coger su correa con la bolsita o cuando echo mano del carrito de la compra. Ya sabe que nos vamos para la calle. Hasta ahora me solía esperar tranquila y feliz atada a la puerta del supermercado, un par de veces o tres a la semana. No suelo tardar mucho. Pero le he tenido que decir que ya se han acabado estos paseos porque nos pueden costar unos cientos de euros extras. Le he prometido que escribiría estas líneas a ver si nuestros responsables municipales tienen más sentido común que sus jefes en Madrid y aplican vuestra Ley con más cerebro. Lo siento, Laida, pero por ahora te quedas en casa. ¡Ah! Y quizás tampoco puedas acompañarme a tomar el vermú del mediodía. Ya te iré contando... A ver si hay suerte.