Palabras mayores. Muchos nos enorgullecemos de haber vivido entre mujeres: madre, hermanas, esposa, hijas, abuelas (solo conocí a una y mi madre decía que solo le faltaba la escoba para ser bruja) y me siento orgulloso de ellas, de mis mujeres. Y es pena, porque siempre falta alguna. Es la pena de recordar y estar vivo. Ahora que están de moda sus reivindicaciones, y tiene más razón que un santo, el mundo va a cambiar. Y ya era hora, porque los hombres (y más lo muy machos, que están en todas partes a cutiplé) somos mil veces más inútiles que ellas. Y no lo digo por echarles una mano, que ya se las arreglan solas. Lo digo porque somos tan imbéciles los hombres, que estamos echando a perder por el olvido y falta de oportunidades a lo mejor de la humanidad. Ellas llevarán adelante, si les dejamos dirigir el barco, esta miseria de vida que hemos creado. Que los pobres sean más pobres y los ricos más ricos; que unos duerman en colchones en yates y palacios en camas de aire y otros en el puto suelo, a la intemperie, borrachos de litrona, sin trabajo ni donde refugiarse del frío bajo cero, de la lluvia, la noche y el aire es lo habitual. Los ricos y muy ricos lo son porque ellos o sus antepasados o los dos, han chupado de los demás; los pobres y muy pobres lo tienen cada vez más difícil y luchan por tener un sitio donde caerse muertos. Es la sociedad que permitimos. Las mujeres, que no imiten a los hombres en su mandato, lo cambiarán todo, afortunadamente. Talento a raudales.