La chispa está en todo ser viviente. La chispa de la vida. La chispa, que es una cuestión de electricidad, es la clave. Al final, parece ser, que todo se reduce a la energía, que anda por el mundo bagando, dueña y señora de todo, de nuestras vidas, incluido. Somos un calambre pequeño, muy pequeño. Eso sí, podemos montarla parda destrozándolo todo en un santiamén con artilugios que pueden hacer reventar hasta los pensamientos. Y más ahora que sale más barata la fusión nuclear, bombardeando con rayos láser el núcleo del átomo. Nada, una fruslería. 

Preparamos una olla bien cerrada, la llenamos de átomos, como si fueran garbanzos, le enchufamos unos láseres, que al final son chispas alargadas y ¡pumba!, a vivir casi gratis, sin pagarle a Iberdrola esos dinerales a los que nos tiene acostumbrados. Y cuando nos muramos, será que la chispa de la vida se ha apagado. Así de sencillo. No sé si merece la pena discutir con tanto idiota que circula por los parlamentos y aledaños al poder.