Detrás del gas licuado que llega a Bilbao, se esconde una guerra olvidada en el norte de Mozambique, un ejemplo más de la nueva pugna por los recursos de África y el avance de la frontera extractiva. Desde 2017, casi 5.000 personas han muerto y más de un millón de personas han tenido que abandonar sus hogares en Cabo Delgado. Las promesas de trabajo para la juventud y de mayor bienestar han sido incumplidas, y las familias desplazadas difícilmente podrán recuperar, ni siquiera, sus anteriores humildes formas de vida. En el entretanto, la UE, a la vez que envía ayuda para evitar una catástrofe humanitaria, financia una operación militar ruandesa antiyihadista para asegurar que las multinacionales europeas puedan seguir con sus operaciones gasísticas. Parece que, mientras sigamos calentitos en nuestras casitas, no vamos a salir a las calles a intentar parar estas guerras.