Oraciones y banderas son de las palabras más repetidas y a las que se encomiendan estos días las autoridades y clase política estadounidense, para referirse a la reciente matanza indiscriminada en una escuela del estado de Texas. Bien está que se acuerden de ese Dios que tanto invocan en sus oraciones (todos, creo, lo hemos hecho alguna vez) y, cómo no, de esas banderas rutilantes, tan orgullosas ellas, ondeando a media asta. Creo sinceramente que este ultimo episodio de dolor y muerte empieza a hartar a la sociedad civil del país de las barras y estrellas, a esa sociedad común y corriente y esas otras que con su poder mediático elevan sus voz también, que ya vale de ese uso indiscriminado de las armas, que el dolor y desesperación de esos padres, de los menores y profesores fallecidos, no caigan más en saco roto. No será fácil legislar o regular al respecto un tema casi tabú como el de las armas y esa famosa segunda enmienda (derecho a portarlas) legislada casi allá en su fundación como país. Poderosas industrias armamentísticas y asociaciones en defensas de las mismas harán lo posible para que esto no ocurra. No parecen espantarles las terribles cifras y estadísticas de muertes por armas de fuego, no les parece impresionar el dolor y sufrimiento que todo esto causa. Sobran quizás la caras compungidas y las recetas de más armas, sobran así mismo esas primeras condolencias si no van acompañadas por hechos. Las oraciones y banderas están muy bien, digo, pero no devolverán, en ningún caso, las vidas.