A nadie le gusta que le pringuen la fachada o la persiana que acaba de levantar. O un vagón, que importa menos porque no es de nadie. Los hay gamberros, borrachos, y también genios. Todos tienen en común que odian el sol y que tienden a firmar la pifia (o una obra que encandilaría a otro genio), y la suerte de poder comprar sprays hasta en la nube. Mucho de lo visto es recurrente y otro tanto, ocurrente. Luego está lo conceptual y el resto es secreción del gamberro que no da el kilo y se sale del marco. Se ve sin gafas, y por las latas que deja, que son mitad de cerveza y mitad de purpurina. Y porque no firma. Hay obras que te hacen ralentizar el paso y otras, apretarlo. Unas que se suben a redes y otras que mueren bajo el rascador. Pero el genio también existe de día, y alguien pensó en rodear su persiana con una pintura cuidada que también firmó. Mano de santo. Esa pintura no se toca. Es cierto que es vandalismo, pero de alguna manera es arte enfrentado; combatir arte con arte. No me negarán que hay un punto de honor en esto.