Admiro a las personas auténticas, que de su saber ser, discernir y resolver con empatía e inteligencia relacional hacen escuela. Una de ellas fue el premio Nobel de Literatura André Gide, que tras vivir de cerca la muerte por enfermedad, evolucionó una nueva conciencia: “Ninguna palabra asoma a mis labios sin que haya estado primero en el corazón”. Tan sabia como difícil, en particular para estos tiempo de gran tribulación para la humanidad global, ya que, ese fluir desde la raíz del corazón a la boca, sin el retorno habitual del filtro o amplificador del intelecto es una virtuosidad. Siendo la Bioética la base de la dignidad humana, nos dice que, es la ciencia la que debe estar al servicio del bien humano para preservarnos la salud, y no el hombre para experimentación de la ciencia.